Pablo Montoya presentó su libro de poemas en prosa Programa de Mano

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Reseñas de libros Creado: Martes, 08 Agosto 2017 19:03 Pablo Montoya es un escritor que se reinventa en cada obra. Su prolífica producción no descuida la preciosa calidad de su trabajo. Sus temas e intereses son amplios y profundos, con una inclinada predilección por lo sofisticado, lo elaborado, en la música, la historia, el arte…

Montoya estudió en la Escuela Superior de Música de Tunja. Fue flautista en varias orquestas del país. También estudio Filosofía y Letras en la Universidad Santo Tomás. Es doctor en Estudios Hispánicos de la Nueva Sorbona-Paris 3. Actualmente es profesor de la Universidad de Antioquia. Algunos de sus libros de ficción han sido merecedores de premios y reconocimientos: entre ellos se encuentran el libro El beso de la noche (beca de creación de la Alcaldía de Antioquia), 2007), Requiem por un fantasma (premio de cuento de la Alcaldía de Medellínn, 2005) y Habitantes (premio de Autores antioqueño, 2000). Entre sus libros de prosa, poética se encuentran Sólo una luz de agua: Francisco de Asís y Gioto (2009), Cuaderno de París (2007), Trazos (2007) y Viajeros (1999), beca para escritores extranjeros, Centro Nacional del Libro de Francia. Su última novela Los derrotados fue publicada por Silaba editores en el el 2012. Está por aparecer en Random House su nueva novela, que gira en torno a la vida de tres pintores protestantes franceses no muy conocidos: Jacques Le Moyne, François Dubois y Théodore de Bry del siglo XVI. Una novela que indaga en las tortuosas relaciones entre pintura, grandes viajes y profundos traumas sociales.

A continuación cuatro textos extraídos del libro Programa de Mano:

Piazzola

En dónde buscar los desaparecidos. En cuál de las plazas de Buenos Aires podrían dar recado de su rastro. Bajo uno de los grandes gomeros habrán de decir alguna cosa. En el follaje de los palos borrachos tal vez se hable de una niña perdida. Y estará extraviada la búsqueda de quien va persiguiendo espectros tras las esquinas numerosas. Y más aún en estas calles que son tan rectas como una pesadilla. O en esas tipas espléndidas que parecen como si un dios olvidadizo las hubiera acabado de pintar. Un bandoneón suena en algún lado. Mientras camino por las orillas del cauce que tiene color de los metales fundidos. El viento es tórrido. La humedad rememora las grandes selvas que rodean esta agua amnésica. Las notas del bandoneón, tan largas como el pensamiento que ha recorrido, se unen poco a poco a un violín o un piano. Toda ciudad es una llaga, lo sé. Y los aviones, que cruzan el cielo, buscan el río moribundo.

Ginastera

La pampa es una palabra que todo lo nombra. Un eco de confrontaciones entre bárbaros y civilizados. Tierras desprovistas de árboles y colinas. Amaneceres que remiten a la embriaguez expansiva de un dios infantil. Sus hombres que aman el trabajo y el valor. Y las mujeres fieles y las nostalgias provocadas por los atardeceres. Cuántas veces me he recostado ene sta pampa hecha de timbales, cornos y contrabajos en crescendo. Praderas que se parecen al pedazo de cuchillo que un muchacho blanco, vuelto indio durante años, encontró en un resquicio de su casa no olvidada. Cuántas veces imaginé llanuras sin límite en las cuerdas del violín. Las vacadas cruzando la distante prolongación de las gramíneas. Pero hay algo en esto forzadamente grandioso, Los matices nacionalistas. La rimbombancia patriótica. Esa pretensión de hallar una identidad que poco se aviene con la tierra cuando el hombre es apenas un esbozo sobre ella. Cómo sería la pampa sin los hombres. ¿Las noches sin que los ojos de nadie puedan contemplarlas? Prefiero acomodarme en el sillón. Aquí en esta chimenea de Envigado. Y escuchar la Canción al árbol del olvido. Sentirme protegido en su desposeimiento. Sabiendo que la ausencia del amor es más perenne que cualquier celebración telúrica.

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