Entre suspiros, un relato erótico de Laura Camila Isaza

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Escritos de otros autores Creado: Miércoles, 09 Agosto 2017 12:55

Por Laura Camila Isaza Sánchez
Estudiante de Creación Literaria
Universidad Central


PetitesLuxures


Un suspiro. Eso era lo que necesitaba. Un suspiro de bucles marinados en perspicacias con olor a canela; un suspiro de trémulos labios envueltos en inocencias griegas; un suspiro llamado Isabela.
Ella que lucía inmaculada en cada uno de sus vestidos; ella que pisaba en innumerables ocasiones las salas de estudio sin causar ni una pizca de conmoción; ella que en esta ocasión, sin anuncio, sin fanfarrias y con un simple vestido marfil, había generado un silencio espectral con un sencillo “Beber una coca contigo…”

…incluso en mí.

Luvina siempre ha sido el tipo de café-esquina donde te puedes perder por horas incluso teniendo no más de dos pisos; escondido tras la sombra de grandes edificios, sin inmutarse del paso del tiempo. Grandes poetas y represados artísticos siempre llegaban a refugiarse en el aroma de un expreso recién preparado entremezclado con el adictivo olor de las innumerables páginas de los libros que forraban sus muros.

Hoy como siempre la librería-café, recibía la visita de aventureros, lectores, poetas, narradores o de simples ansiosos cafeinómanos, como somos Fabián y yo, que agobiados por el recorrer de las calles habíamos huido en busca de una taza salvavidas; por el trajín con el que nos traía la lluvia apenas éramos conscientes de nuestro destino, hasta el momento en que pedí “dos Moca-chinos por favor” la adrenalina descendió para ser remplazada por la curiosidad de encontrar un gentío tan apaciguado. “Es por el recital de Poesía” dijo la mesera, “normalmente la asistencia no es muy buena y menos en la noche de poetas y Nueva York, pero la lluvia ha traído a muchos curiosos y claro la oradora principal… si quieren pueden acomodarse y en un rato les llevo las bebidas”. Intercambiamos miradas con Fabián, sabíamos que ninguno deseaba quedarse ahí a escuchar frases rebuscadas; pero mi mente se selló a excusas al momento de percibir una caminata firme sobre el tablón. Los leves susurros callaron, las miradas descansaban en sus ojos, los cuales brillaban por la satisfacción, y en sus labios al momento de dejar en el aire la duda, el deseo… la invitación: “Beber una coca contigo…”

“Ese es uno de los poemas más esperados de la noche” comentó la mesera “O’hara, un icono casi olvidado, fue el autor que menos se esperaba que apareciera en la lista de declamación, pero claro, el que más llamó la atención cuando se promocionó el evento ¿Quién se atrevería a recitar uno de los poemas más románticos en intertextualidad?”

Isabela, nunca me llamó demasiado la atención, torpe al caminar, más preocupada por sus gafas que por conversar, siempre tras los demás analizando sus personalidades hasta el punto de llegar a ser desafiante; pero ahora con su mirada fija en un punto entre Fabián y yo, los labios entrecerrados, siendo el centro de las miradas era como si rogara que le pusieran atención; no el público que ya tenía hipnotizados sino aquellos que la habíamos dejado atrás. Nosotros, como los entes en que nos habíamos convertido, caminamos con paso lento hasta una mesa, como máquinas que éramos nos acomodamos. Y ella, que esperaba que los comandos surgieran efecto, nos esperó y continuó:

“Beber una coca contigo…es todavía más divertido que ir a San Sebastián, Irún, Hendaye, Biarritz, Bayonne o tener náuseas en la Travesera de Gracia en Barcelona…”

Sus ojos repartían sutiles chispas, imperceptibles pero no para mí; ella viajaba con sus palabras y como si de una ninfa se tratara cada parpadear me mostraba el panorama que tenía de esos lugares. Se notaba cómo trataba de evitar que su exaltación saliera a la luz, claro, para los demás, porque ella se revelaba ante mí con cada verso… Solo a mí… como si me adentrara a una intimidad que me había permitido ignorar hasta el momento es que sus labios se rozaban.

“…en parte a causa de que con tu camisa naranja eres como un mejor y más alegre San Sebastián. En parte a causa de mi amor por ti, en parte a causa de tu amor por el yogurt…”

Suspiré entrando en una ensoñación donde el aire me lo proporcionaba ella, con sus palabras, con sus exhalaciones, con sus labios. No pude reprimir la sonrisa que comenzaba a crecer por mis comisuras, no porque entendiera el poema, sino porque ella también sonreía en esa frase. Se deleitaba con cada silaba como si estas fueran azúcar que se resbalaba lentamente por su garganta, instalándose en sus cuerdas vocales haciendo que toda ella se estremeciera con tan sólo inhalar para continuar recitando:
“…en parte a causa de los tulipanes de naranja fluorescente alrededor de los abedules…”

Lo disfrutaba, tanto Isabela como yo disfrutábamos su recital, este se mezclaba con la inocencia que repartía con cada gesto y con el anhelo de llevar la sensación de cada palabra a sus oyentes. De cada verso. De cada estrofa. De cada suspiro… Suspiró. Yo extasiado sabía que ya se avecinaba el final y lo único que esperaba era que en el preciso instante que terminara su declamación para que se dedicara a pronunciar todas las palabras existentes solo para que yo me deleitara con la suave danza entre labios, paladar, dientes y labios. Suspiró.

“…en parte a causa del misterio…”

En un instante dejé de escuchar. Sabía que seguían saliendo extasiantes estrofas de sus labios. Que su mente aún viajaba entre versos, que sus manos trataban de expresar con sutiles movimientos la grandeza de cada palabra, pero ahora sólo me importaban esos dadores de movimiento, suculentas pizcas rosadas que embriagaban, que me enamoraban…que rogaba por sentir.

Ansiaba besarla…pero moriría si dejara de verla.

El aplauso me despertó del oasis llamado Isabella; me levanté, no sé si junto con Fabián pero al acercarme se escuchó un “Hola” a dos voces y recibimos una sonrisa por su parte.

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Era aturdidora. Su boca era dadora de armas. Las palabras ansiaban salir de ella para viajar por el espacio e instalarse en cada uno de los oyentes, embriagándolos, entusiasmándolos…enamorándolos incluso a mi acompañante. Pero esas palabras a mí no llegaban, reparaba en ellas cuando salían de su boca y se instalaban por su cuerpo, calando en sus sensaciones, aturdiendo su razón para llegar a penetrarla y llevarla al éxtasis.


PetitesLuxures

“…que adquieren nuestras sonrisas ante la gente… y las estatuas”

Eran su arma de doble filo…y me encantaba ver como una inflexible mente sucumbía ante el deseo. Isabela, tan rígida y aparentemente sin importancia yacía a merced de su más primitivo instinto: el placer.

Estos versos, que se notaba que David no escuchaba, se calaban por mis huesos, me hacían estremecer y me trasportaban hasta quedar frente a ella. No para tocarla o incluso besarla, sólo para verla. Los anteriores…simples preámbulos, habían sido un engaño, una máscara para distraer a los románticos que ya yacían absorbidos en el movimiento de sus labios. Para mí, sólo importaba el movimiento de sus manos.

“Cuando estoy contigo es difícil creer que pueda existir algo tan inmóvil, tan solemne, tan desagradablemente definitivo”

Había notado como en repetidas ocasiones movía su brazo de manera casi imperceptible para los otros, pero no para mí, estaba inquieto y ansiaba algo más, pero ella no quería esa satisfacción, no aún, anhelaba jugar, ¿con el público? ¿Con ella?... ¿conmigo?, no lo sé; pero eso se reflejaba en sus ojos y en que solo era su dedo índice el que subía por la tela creando ondas embriagantes.
Se quedó trazando formas ilegibles en la curva de la cintura, amansándola, seduciéndose y como si aceptara algo ascendió, junto con una sonrisa impregnada de astucia, hacia el borde de sus senos, sin tocarlos, sin rozarlos apenas sintiendo la fina costura del corpiño, rozando de lado a lado con la posibilidad de ir más allá pero con la intención de tortura…Suspiró.

“…como una estatua mientras que justo frente a ella bajo la cálida luz de Nueva York de las cuatro en punto…”

Y yo inhalé profundamente. Pero, ¿Por qué torturarse?, detallé su mirada, tan incierta y llena de misterios que únicamente se podían descifrar con la sonrisa que me dio antes volver a empezar.

“…deambulamos por aquí y allá…”

Su mano bajó con más rapidez y emprendió el camino de nuevo; trazando uno ininteligible por sus piernas, torneadas, sonrosadas y vibrantes llegando a ser extasiantes. Continuó ascendiendo hasta la pelvis, jugando con el vuelo del vestido, apenas sintiendo lo que sería ya una sensualidad humedecida, volvía a bajar con más ímpetu, apretando las palmas, como si con ello la tela desapareciera… Suspiré sintiendo la presión, la tensión y el anhelo.

“…entre uno y otro como un árbol que respira a través de sus lentes.”

Cada una de los versos era delicia pura para mis oídos que se traducían en sus suspiros. Pero, ¿Por qué torturarse?, detallé su mirada, tan incierta y llena de misterios que sólo se podían descifrar con la sonrisa que me dio antes de volver a empezar. Subiendo, bajando, gozando y ante todo atisbando mi mirada. Suspiró; Inhalé… y lo acepté.

Nunca se torturó…su único propósito era torturarme a mí. Ansiaba tocarla…pero moriría si llegara a besarla.

Ella inhaló recibiendo los aplausos de su audiencia, incluidos los de David. Yo aún notaba como una mano subía y bajaba creando un rastro; pero ya no en el cuerpo de Isabela o siendo ella la dadora de tan placentero roce. Me levanté aún con el hormigueo por mi pierna por el movimiento nunca adjudicado. Nunca por ella.

Me acerqué a ella y por fin hablé:

¾ Hola – dijimos, recibiendo una sonrisa por su parte.
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Yo quería que se quedara. Ahí con esa sonrisa, sin importar el pasado o lo nunca atribuido. Nada. Yo quería creer que ella deseaba quedarse.

Quería creer que me había visto a mí, seducido a mí.

Como siempre me estaba tratando de engañar en el lugar y momento equivocado, notando como cada sonrisa, cada ademán, cada roce fue para alguien más.

Y suspiraba; siempre suspiró en busca de lo que anhelaba. Y yo aún rogaba un suspiro.


Un suspiro que era ella.

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