David Bretancourt se está acostumbrando a cosechar premios como cuentista. Ahora acaba de alzarse con el premio mejor remunerado que existe en el país para un solo cuento: el V Premio Nacional de Cuento La Cueva que orienta Heriberto Fiorillo, en Barranquilla.
Su cuento Beber para contarla, venció a otros mil ciento diez cuentos. Este triunfo no sorprende en absoluto; Betancourt está convirtiéndose en un nuevo fenómeno de la literatura nacional, con un estilo muy propio: el humor y la ironía, todo bajo una prosa pulcra, vertiginosa y francamente divertida.
El cuento hace parte de una colección de cuentos, bajo el mismo título que está a punto de publicar la editorial de la Universidad de Antioquia y que desde ya se anticipa será un éxito editorial.
El libro de relatos está armado con unidad y coherencia temática y estilística: ya desde el título y los tres epígrafes, se anuncia la materia que jalonará cada uno de los relatos: todos giran alrededor de la cultura del alcohol que se vive en ciertas generaciones y grupos urbanos de nuestro país.
Hay un universo de personajes que se cruzan de un cuento a otro, que comparten ideales, sueños, experiencias exacerbadas o sacrificadas, ilusiones, alucinaciones, decepciones generadas por el alcohol; relaciones que se tejen y destejen por culpa o gracias a la bebida; de apuestas, reclamos, fechorías, aventuras y complots que se urden bajo los vapores y efluvios de las borracheras de las que no parecen salir nunca los personajes.
Estos beben, viven para beber y beben para vivir: mientras en el primer cuento, que da título al volumen, unos colombianos en México acogen a un escritor y compatriota que quiere crear, con una beca recién otorgada, la gran novela colombiana y universal, estos se encargan de estropear su ascética vida para empujarlo hacia su propio inframundo de miseria, licor y suciedad.
La rebelión de las rascas es una historia en espejo de dos amantes que son infieles, ambos a sus respectivas parejas, impulsados por el alcohol y la posibilidad de violar el interdicto se hunden en las delicias del sexo y el alcohol; en La toma de La Bastilla, los personajes descubren las maravillas curativas, además de otros múltiples usos y aplicaciones, de un licor barato producido ilegalmente por un oscuro personaje, Confieso que he bebido, es una parodia del fútbol desde la perspectiva de un grupo de amigotes que se reúnen para beber y ver un partido por la televisión; Confusiones de una rasca rara, es un relato sobre la amistad llevada hasta las últimas consecuencias, que en medio de una formidable borrachera se ven enfrentados a una serie de malhechores con infaustas resultados; Toco tu vodka, es un relato sobre la belleza y la fealdad y como ambos polos se atraen en medio de la soledad, cuando el amor (o el deseo) solo es soportable bajo los velos y los efectos del alcohol; El mundo ha bebido equivocado es una crítica a la colonización yanqui a las culturas indígenas —en especial, la wayuu,— y cómo estas se rebelan a la dominación refugiándose en el alcohol, en el chirrinche; El don de la beba es una visita al mundo de un borracho empedernido, vergüenza y oprobio de la barriada a donde llega y a quien le cambia la fortuna y la reputación una vez se gana la lotería. El cuento que cierra el volumen es Anís era una fiesta; una crítica despiadada a las manipulaciones comerciales de las licoreras que bajan progresivamente el grado de alcohol al aguardiente para asegurar que los borrachitos tengan que consumir cada vez más para alcanzar y mantener su euforia etílica.
Beber para contarla se inscribe en una larga tradición de la literatura universal que ha sido relativamente poco aprovechada en nuestra cultura literaria. Quizás, y dentro de la misma tradición antioqueña, Tomás Carrasquilla y el propio León de Greiff, han sido cultores del género satírico, como también por supuesto Álvaro Cepeda Samudio y otros trovadores del humor costeño como David Sánchez Juliao; pero más ampliamente, se trata de un género que se puede trazar, al menos, desde el Tristam Shandy de Sterne y las obras humorísticas y llenas de mordacidad de Mark Twain. Dentro de la tradición hispanoamericana, por sólo mencionar a dos grandes, Enrique Jardiel Poncela y Guillermo Cabrera Infante.
El autor de Beber para contarla, tiene la capacidad de llevar al lector, en ciertos momentos, abundantes y variados, no solo a sonreírse con las ocurrencias de los personajes —y del mismo narrador— sino a desternillarse de la risa al leer los hechos, relatos y vivencias que se cruzan y entrecruzan en las páginas del libro. Hay una capacidad sostenida de parodia, de crítica, de mordacidad, empezando por el título de los propios relatos que hacen alusión, retorcida y mordazmente a ciertos clásicos (y otros no tan clásicos) como Paris era un fiesta de Hemingway, Confieso que he vivido de Neruda, Vivir par contarla de nuestro premio Nobel y La rebelión de las ratas del recientemente fallecido Soto Aparicio.
En la narración, que por lo general la asume una voz masculina, ronda el juego de palabras, el gracejo, la invectiva velada, la sátira y el retruécano, el malabarismo y la aliteración, muy en el sentido y estirpe de Cabrera Infante; y por supuesto también hay la exageración hasta lo inverosímil, hasta lo rayano en la truculencia —como por ejemplo Almodóvar logra en el cine— y todo, siempre, con una capacidad de hacer cómico lo trágico, absurdo lo cotidiano, burlesco lo acartonado, extravagante lo íntimo y grotesco lo sencillo.
Como puede ser predecible, la gran virtud de Beber para contarla, puede convertirse en su principal debilidad: sostener un nivel parejo durante todo el libro, con situaciones graciosas, y con un elevado sentido del humor, no es tarea fácil. En algunos momentos, este se vuelve repetitivo, previsible, o simplemente truculento y entonces deja de ser gracioso. Por otra parte, el narrador, que se evidencia escritor en plena evolución, aún parece tener dificultades con el cierre de sus cuentos, que en algunos casos están lejos de la perfección del género. Hay tanta energía volcada en la escritura del cuento, de la historia, que pareciera el autor mismo llegara agotado al final sin hallar la forma ideal de urdir el desenlace.
Luego del doble premio que recogió el año pasado con Ataques de Risa, (ver en este mismo blog http://elrinoceronteilustrado.blogspot.com.co/2015/07/ataques-de-risa-y-el-doble-premio-de.html) en el concurso de libro de cuentos Jorge Gaitán Durán, en Cúcuta y en el Premio de cuento de la UIS en Bucaramanga, David Betancourt sigue en su estilo, en su linea. ¿Probará suerte ahora con la novela?