Los estudiosos de la España musulmana coinciden en que una de las obras más acabadas y lúcidas de todo el periodo de invasión musulmana a la península ibérica es El Collar de la paloma del cordobés Abu Muhammad Ali Ibn Hazm al Andalusi, más conocido como Ibn Hazm de Córdoba, escrita alrededor del año 1025 de nuestra era. El mejor exegeta de Ibn Hazm es el español Emilio García Gómez, quien en 1950 publicó una bella traducción y estudio critico de la obra del andaluz.
Ortega y Gasset en la introducción al libro de García Gómez afirma que el medioevo europeo es inconcebible sin tomar en cuenta la civilización islámica, pues cristianismo e islamismo convivieron no sólo en sus fronteras sino en un área común impregnada de la cultura grecorromana. Ambas constituyen dos regiones de un solo mundo. La Edad Media europea es la historia de un proceso de recepción de pueblos periféricos del imperio grecorromano como son los bárbaros. No olvidemos que el Islam brotó del cristianismo y que Europa conoció a Aristóteles a través de los árabes.
Ibn Hazm de Córdoba
El Collar de la paloma, es un auténtico tratado amoroso, planeado y escrito como tal. El subtítulo es "sobre el amor y los amantes". El autor agota prácticamente lo que en su época se puede decir sobre el amor. Es poco lo que toma de sus antecesores y mucho lo que sus sucesores toman de él; en los tres siglos posteriores, otros escritores musulmanes escribirán tratados amorosos, si bien de inferior calidad y extensión menor.
Ibn Hazm, teólogo, filósofo y político, fue muladí, descendiente de conversos cristianos al islamismo, y tuvo que cargar durante toda su vida con ese lastre. El libro es una obra de juventud escrita a los veintiocho años que acusa un altísimo nivel de erudición. La obra está cincelada en una prosa trasparente, fluida y culta, salpicada de versos que el mismo autor crea para ilustrar las tesis que postula.
El tratadista se encarga de explicar en el prólogo, el plan de la obra: el tema amoroso quedará cubierto en toda su extensión, al incluir un amplio rango de temas como las señales del amor, de cómo el amor puede venir en sueños, del que se enamora con sólo oír hablar del ser amado, del que se enamora de una sola mirada y del que necesita del largo trato para poder llegar al amor, de las señas hechas con los ojos, de la correspondencia y los mensajeros de amor, de los secretos que se guardan y los que se revelan, de la sumisión y de la contradicción, del que saca en cara las faltas del otro, del amigo favorable y del espía y del calumniador, de la unión amorosa, de la ruptura y la reconciliación, de la lealtad, la traición, del olvido y de la muerte, entre otros.
La obra se inicia con la explicación minuciosa de las señales del amor manifestadas por el amante y cómo se pueden detectar por cualquiera. En primer lugar, está la insistencia de la mirada y el amante se delata pues cuando este mira a la amada, no pestañea, su mirada se muda a donde se muda la amada, se retira a donde el ser amado se retira y se inclina a donde este se inclina. La descripción es exhaustiva y sorprende la capacidad de observación y finura en el detalle que analiza el cordobés, pues indica que una señal con el rabillo del ojo significa el veto a la cosa pedida, una mirada lánguida es signo de aceptación, la persistencia de la mirada es signo de pesar y tristeza, la mirada de refilón es signo de alegría, el entornar los ojos da a entender amenaza, el volver la pupila a una parte cualquiera y retirarla al punto es para llamar la atención sobre lo que se ha mirado. La señal furtiva con el rabillo de los dos ojos denota súplica. El mover la pupila con rapidez desde el centro del ojo hacia la comisura interna indica imposibilidad. Mover ambas pupilas desde el centro de los ojos es prohibición absoluta. Las demás no pueden describirse sino viéndolas. Otras señales son que el amante sólo se dirija al ser amado y a nadie más encuentre justificación para hablarle, que calle embebecido cuando hable el amante, que encuentre bien cuanto este diga, aunque lo diga sea un absurdo, que le de la razón aun cuando miente, que se muestre siempre de acuerdo con él, aunque siempre yerre. "Por el amor", dice Ibn Hazm, "los tacaños se hacen desprendidos, los huraños desfruncen el ceño, los cobardes se envalentonan, los ásperos se vuelven sensibles, los ignorantes se pulen, los desaliñados se atildan, los sucios se limpian, los viejos se las dan de jóvenes, los ascetas rompen sus votos y los castos se tornan disolutos". Y finalmente otras señales inequívocas de amor son la animación excesiva y desmesurada, el estar muy juntos donde hay mucho espacio, el forcejear por cualquier cosa que haya cogido uno de los dos; el hacerse frecuentemente guiños furtivos; la tendencia a apretarse el uno contra el otro; el cogerse intencionalmente la mano mientras hablan; el acariciarse los miembros visibles, y el beber lo que quedó en el vaso del amado, escogiendo el lugar mismo donde puso los labios.
El tono lírico de El collar de la paloma llegue a niveles de altísimo nivel poético al entrar en el capítulo de la unión amorosa y dice en uno de los más bellos pasajes del libro:
"Ni el esponjarse de las plantas después del riego de la lluvia, ni el brillo de las flores después luego del paso de las nubes de agua en los días de primavera; ni el murmullo de los arroyuelos que serpentean entre los arriates de flores; ni la belleza de los blancos alcázares orillados por los jardines verdes, causan placer mayor que el que siente el amante en la unión amorosa, cuando te agradan sus cualidades y te gustan sus prendas, y tus partes han sido correspondidas en hermosura."
La lectura de El Collar de la paloma es una fuente inagotable de reflexiones sobre el insuperable ejercicio del amor.
por Philip Potdevin