La vena erótica aflora en cada rincón de la obra de Julio Cortázar. El elemento eros inunda sus cuentos, novelas, ensayos y poemas. Cortázar define el erotismo como “sexo + inteligencia, ojos + inteligencia, lengua + inteligencia, dedos + inteligencia, pituitaria + inteligencia”.
Es decir, el erotismo es una actividad o situación que está aquí, en la mente, y somos nosotros los que nos encargamos de dar el valor o no de erótico a una situación que entra por los sentidos. La diferencia entre erotismo y sexualidad, afirma Cortázar, está en la delicadeza con que se maneja el tema.
Del erotismo y sus gradaciones se puede hablar en abundancia, citar ejemplos y teorizar. Hoy sólo queremos dar una visión rápida a la lectura erótica de una parte de la obra de Julio Cortázar y tratar de ordenar la evolución de su manejo.
Proponemos tres etapas. Estas coinciden con las principales fases de la evolución del corpus cortazariano, que arranca con un alcance riguroso de las formas clásicas, para luego romper con la dialéctica tradicional de la narrativa y proponer una forma de escribir novedosa y termina con el agotamiento de las formas y los motivos.
La primera etapa abarca desde fines de los años cuarenta hasta los inicios de los sesenta. Aquí se ocupa de temas épicos y heroicos, luego se adentra en su argentinidad, en la Buenos Aires de infancia y juventud, y explora todas las posibilidades que brinda la clase media que desde los años treinta y cuarenta toma fuerza en la urbe del Río del Plata. Luego vendrá el exilio auto impuesto en París y desde donde Cortázar tiende el puente definitivo entre Europa y América latina; aquí logra su plena madurez, primero como cuentista y luego como novelista.
La segunda fase arranca con la publicación de Rayuela en 1963. Los años que siguen consagran a Cortázar. La novela es juzgada como la obra más importante de toda la época. Después de Rayuela, ya nada será igual. Toda referencia literaria en el tiempo se hará en términos de antes o después de Rayuela. Cortázar, después de estar escribiendo durante más de veinticinco años, la mayoría dentro de un cómodo anonimato, es descubierto por la vorágine del boom y se convierte de inmediato en el gran gurú de la nueva narrativa hispanoamericana, al lado de sus otros colegas y amigos, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez, principalmente.
Es en esta etapa cuando comienza a explorar, cuestionar y proponer un cambio radical a la literatura. Rayuela, catalogada como anti-novela, abre la puerta para que Cortázar de rienda suelta a sus propuestas de anti-literatura, entendida esta como la sana revisión de los esquemas tradicionales que había venido enmarcando la narrativa hispanoamericana en la primera mitad de nuestro siglo. En esta época, Cortázar publica tres libros que pondrán de cabeza a la intelectualidad hispanoamericana y europea: Historias de Cronopios y Famas, La Vuelta al día en Ochenta mundos y Último Round. Cortázar libera en ellos su propuesta para una nueva literatura. Empieza por dividir al ser humano en cronopios y famas y cuestiona, se burla, propone, dogmatiza y ante todo se divierte a sí mismo y a su cohorte de seguidores incondicionales. Último Round y La Vuelta al día en Ochenta mundos son dos libros excepcionales, distintos y de ruptura. Inclasificables desde el punto de vista de genero, son collage, pastiche. Miscelánea de crítica, cuento, poesía. En una palabra son literatura total, donde se funde los elementos gráficos y literarios. Los dos libros, cada uno en dos tomos y en formato de agenda de bolsillo son una lección de creatividad de diseño y diagramación. Esta fase de Cortázar, que coincide con los hechos de París 1968 y la consolidación de la revolución cubana, muestran a un Cortázar militante, defensor ahincado del rol del escritor comprometido con la causa revolucionaria.
La tercera y última fase de la obra cortazariana va desde los años setenta hasta su muerte en 1984. Cortázar ya es un escritor consagrado, tal vez la figura más importante del boom, el escritor más analizado, estudiado y admirado por el nuevo público lector de las universidades latinoamericanas. Las monografías sobre la obra de Cortázar se multiplican y aparecen en todas las revistas especializadas, incluso en las norteamericanas, como la Revista Iberoamericana, publicada por la Universidad de Pittsburgh y que dedica la totalidad de un número doble en 1973 al estudio de su obra. Este período, el de mayor fama para Cortázar, coincide con el período más opaco de producción literaria. Sus lectores empiezan a ver, año tras año, cómo el escritor va desgastándose. Vuelve una y otra vez a los mismos temas, para intentar buscar nuevas luces. Durante esta época publica, libros de cuentos muy regulares, tales como Alguien anda por ahí, Un tal Lucas, y Deshoras, tristes reflejos de la cumbre alcanzada en Bestiario, Final de Juego, Las armas secretas y Todos los fuegos el fuego.
Estas tres etapas que hemos esbozado las podemos hacer coincidir igualmente en la trayectoria de su obra erótica. Es este el tema que pretendemos cubrir esta noche, con aclaración que haremos el mayor énfasis, en la cuentística del escritor.
Decíamos que la primera etapa de su obra va desde 1949 hasta mediados de los sesenta, con la publicación de Todos los Fuegos el Fuego en 1966. Lo primero que publica es el poema épico Los Reyes, hoy bastante olvidado y difícil de encontrar en las librerías. El poema recrea la leyenda del Minotauro y Ariadna y la lucha de Teseo por arrebatarla de las garras del monstruo. El poema está escrito en tono épico, y es difícil adivinar en sus hojas al futuro Cortázar. Asombra en sus páginas la corrección y respeto del autor por las formas clásicas de la literatura. Es una lección que da de cómo primero hay que dominar la lengua, escribirla correctamente, con elegancia, respeto, para sí después lanzarse en experimentos estilísticos y en ruptura de moldes y paradigmas.
Los Reyes está impregnado del más sutil erotismo que podamos encontrar en casi toda la obra cortazariana. Minos narra a Ariadna cómo su hermano, el Minotauro, fue engendrado por la violación contra natura del toro Axto a su madre Pasífae.
Dice Minos:
El toro vino a ella como una llama que prende en los trigos. Todo el oro fúlgido se oscureció de pronto y Axto, desde lejos, oyó el alto alarido de Pasífae. Desgarrada, dichosa, gritaba nombres y cosas, insensatas nomenclaturas y jerarquías. Así al grito sucedió el gemir del goce, su lasciva melopea que en mi recuerdo se mezcla todavía con azafrán y laureles. No sé más, Axto murió en mitad de una palabra. Me acuerdo de la palabra: sonrisa.
Ariadna, en una subversión del mito original griego, entrega el hilo de la madeja al Minotauro para que después de vencer a Teseo pueda salir del laberinto. En su emocionada exhortación al Minotauro, Ariadna dice:
¡Ven hermano, ven amante al fin! ¡Surge de la profundidad que nunca osé salvar, asoma desde la hondura que mi amor ha derribado! ¡Brota asido al hilo que te lleva el insensato! ¡Desnudo y rojo!, vestido de sangre emerge y ven a mí, oh hijo de Pasífae, ven a la hija de la reina, ¡sedienta de tus belfos rumorosos! El ovillo está inmóvil ¡oh azar!
Las imágenes usadas por Cortázar son de una limpieza y elegancia admirable.
En el epílogo el Minotauro, agonizante por la espada de Teseo, afirma:
Nydia sentirá crecerle un día la danza por los muslos y a ti el mundo se te volverá sonido, y el ritmo matinal os hallará a todos cara al sol y al jubilo.
Cortázar deja sentada con Los Reyes una lección de buen gusto y elegancia. Se prueba así mismo que es capaz de escribir y se lanza a elaborar los relatos que publicará en los años siguientes en Bestiario (1951), Las armas secretas (1959), Final de Juego (1964) y Todos los fuegos el fuego (1964). Es la época más afortunada de Cortázar y donde su erótica llega a la cima en el sentido de insinuar lo máximo con la mayor economía de palabras, imágenes y descripciones.
Sería imposible detenerse en cada uno de los cuentos de estos cuatro libros. En su totalidad suman casi cuarenta. Pero es necesario explorar algunos de ellos donde el elemento erótico constituye un elemento fundamental de la narración.
Podríamos intentar clasificar cinco temas eróticos para ordenar los cuentos que contienen el ingrediente erótico, a saber: iniciación, acoso, acto sexual, amor y muerte. Los cinco temas se entrelazan y forman un contrapunto difícil de deslindar el uno del otro; sin embargo proponemos agruparlos bajo estas categorías.
El tema iniciático lo encontramos en La señorita Cora, Las Babas del Diablo, Los venenos y Final de Juego. El mismo Cortázar admite en alguna parte que tal vez su cuento más erótico es La señorita Cora. Allí se da un triángulo entre la madre, su hijo Pablito, un muchacho adolescente, y la enfermera, la señorita Cora. El nene, como lo llama su madre y así se encarga de hacérselo saber a la enfermera, es un niño bien educado, internado en un hospital para un tratamiento sencillo que tiene unas complicaciones impredecibles. El cuento está escrito a cuatro voces, con cambios casi imperceptibles de la voz narrativa: Pablito, su madre, la señorita Cora y el Dr. Luisi, el médico tratante y amante de la señorita Cora. Esta última se encarga de recibir al paciente, atenderlo y provocarlo con la sensualidad a flor de piel pero siempre mediante un severo manejo profesional de los asuntos rutinarios, tales como lavarlo, afeitarlo antes de la operación y tomarle la temperatura rectal. Estas actividades abochornan al paciente y lo abocan al despertar de la sexualidad. La señorita Cora juega un doble papel con Pablito, primero lo provoca abiertamente, pero guarda la distancia suficiente para que no crea que se le está insinuando, y adopta una pose de contemplación caritativa, lo cual enfurece más al muchcacho, y la segunda, de una verdadera madre, comprensiva y preocupada por la salud del muchacho. Pablito se debate entre los cuidados excesivos y recomendaciones lastimeras que su madre hace al cuerpo médico y la pasión que le insufla la señorita Cora. No sabe en realidad que está muriendo.
El amor infantil es presentado en una forma más pura y velada en Los venenos y Final de juego. En ambos, los niños del Buenos Aires suburbano, mezclan sus juegos y actividades infantiles con el despertar y la iniciación sexual. En el primero, el protagonista disfruta de unas vacaciones en Banfield, donde su tío acaba de comprar una máquina de aplicar venenos para matar una peste de hormigas que invade el vecindario. Detrás de la anécdota está la pequeña historia de amor del protagonista y su vecina, subrayada por la posesión de una hermosa pluma de pavo real que tiene Hugo, primo del protagonista. La ilusión infantil se rompe cuando el niño comprueba que Hugo ha regalado a Lila, la niña que él admira y que es amiga de los dos, la pluma que ella guarda como trofeo dentro de un libro. Igualmente en Final de Juego, varias niñas se disputan el favor infantil de un muchacho que pasa todos los días en tren frente a su casa. De las tres, el muchacho se fija más en Leticia, que es lisiada, pero él no se percata de esto por cuanto ellas siempre juegan a hacer figuras o estatuas al momento de pasar el tren. Una visita de Ariel y una carta de Leticia para él aclaran la situación y termina el juego.
Las babas del diablo es un cuento conocido, entre otras cosas, por el hecho de haber servido de inspiración para el film Blow Up de Antonioni. En él, un fotógrafo interrumpe una escena de una dama seduciendo a un muchacho, en presencia de un mandante que no es otro que el diablo. El fotógrafo, narra el cuento desde su muerte e intenta asumir el tono correcto del modo gramatical en que debe narrar su historia. El cuento admite numerosas lecturas y así en efecto se han hecho varias interpretaciones. Una más, obviamente, es la erótica, subrayada por el acoso o iniciación de la mujer con el chico que se debate entre caer o no en las manos del mal, representados en la dualidad mujer rubia/diablo. El momento culminante esta encuadrado en la imagen que logra captar Roberto Michel, el fotógrafo, cuando la mujer arrincona al muchacho contra un parapeto y le acaricia en proximidad de un viejo de sombrero. El fotógrafo presencia cómo…
el chico se replegaba, se iba quedando atrás— con sólo no moverse— y de golpe (parecía casi increíble) se volvía y echaba a correr, creyendo el pobre que caminaba y en realidad huyendo a la carrera, pasando al lado del auto, perdiéndose cómo un hilo de la Virgen en el aire de la mañana. Pero los hilos de la virgen se llaman también babas del diablo...
El tema del acoso lo trata Cortázar en varios de sus cuentos. Ya sea el acoso innominado que va reduciendo en Casa tomada el espacio habitable de esa pareja formada por Irene y su hermano. Ambos viven una extraña relación, bordeando el incesto, en una casa donde van siendo sitiados y reducidos a un espacio cada vez más pequeño por unas fuerzas extrañas, inidentificables, hasta que terminan expulsados de la casa.
En igual forma el acoso se presenta en forma abierta y hostil a una pareja que se conoce y coincide en dos asientos contiguos en Omnibus. Los dos rápidamente establecen una fraternal relación que los aísla del resto de pasajeros del autobús, que en su mayoría se dirigen al cementerio a llevar flores a sus muertos. Cortázar, con unas fugaces y leves pinceladas deja clara la tensión erótica del relato, en medio de la hostilidad del ambiente. La pareja no se conoce, pero afianza en el curso del viaje una relación estrecha, secreta que los unirá en adelante.
...después Clara sintió que el muchacho posaba despacio una mano en la suya, como aprovechando que no podían verlo desde adelante. Era una mano suave, muy tibia, y ella no retiró la suya pero la fue moviendo despacio hasta llevarla más al extremo del muslo, casi sobre la rodilla. Un viento de velocidad envolvía al ómnibus en plena marcha.
El pudor de la muchacha logra el efecto contrario de elevar el erotismo del pasaje a un punto máximo que se consolida momentos después cuando…
Clara iba a agregar algo, pero ella se hizo más pequeña en el asiento. Ahora lo miraba de lleno para escapar a la atracción de allá adelante, de esa cólera que les llegaba como silencio o un calor. El pasajero puso la otra mano sobre la rodilla de Clara, y ella acercó la suya y ambos se comunicaron oscuramente por los dedos, o por el tibio acariciarse de las palmas.
El acoso sexual se presenta multiforme en Cortázar. En otro cuento magistral, Circe, una muchacha llamada Delia Mañara, envenena a sus novios regalándoles caramelos con insectos triturados adentro. Uno tras de otro, los lleva a la muerte, acosados y acorralados por la agobiante presión de Circe o Delia. Mario, el narrador y tercera víctima de Delia, acude involuntariamente al sacrificio cuando él mismo lleva un presente a Delia: una caja de bombones rellenos. Delia aprovecha la circunstancia para decirle que ella también hace bombones. Pero Mario tiene que insistirle mucho para que ella le permita probar sus especialidades de cocina. La confabulación de los padres de Delia para atrapar a Mario no surte efecto cuando este descubre al final las artimañas de la loca Delia.
En otras ocasiones la erótica de Cortázar, en este primer período, lleva el acoso hasta los mismos limites del acto sexual como en sus cuentos Las armas secretas y Las Ménades, pero no un acto sexual normal, ortodoxo, sino el acoso con visos de agresión e incluso de violación, con sus distintas fases in crescendo hasta lograr al clímax. La mejor representación la encontramos en Las Ménades donde un director de orquesta lleva al paroxismo a su audiencia con un programa cuidadosamente escogido. El concierto termina en actos cercanos a la antropofagia. Cortázar narra desde la pieza inicial de la obertura, al entusiasmo creciente del público y la veneración que manifiestan por el maestro. Esta se torna incontrolable y antes que suenen los últimos acordes el público, sobre todo las mujeres, se lanzan al escenario para literalmente engullir al maestro y sus músicos en una clara alegoría a una escena de violación.
Cortázar vuelve en Las armas secretas sobre el tema del cuento como acto sexual. Pierre, un colaboracionista francés de la guerra, acosa a una muchacha Michèle que se resiste a su acoso, termina violándola y reviviendo una escena de la que ha sido víctima la misma Michèle cuando era niña, probablemente por el mismo Pierre adolescente. Los amigos de Michèle, lo capturan y lo ejecutan, vengando a Michèle y a su vez a todo el pueblo francés de la ocupación nazi.
El amor mezclado con la muerte predomina en El ídolo de las Cícladas y El Río. Más tarde volverá a aparecer en otro cuento de la segunda época llamado Un lugar llamado Kindberg. En El ídolo de las Cícladas el arqueólogo Somoza, encuentra una estatuilla, en una labor en que está acompañado por otro compañero, Morand y su esposa. El triángulo Somoza, Morand y Thérèse se resuelve mediante la muerte. La estatuilla devuelve a su descubridor a la época primitiva en que fue tallada y lo alucina para matar a su compañero para quedarse con Thérèse. La estatuilla, maldita, hace que Morand, se defienda, mate a Somoza y se convierta, Morand, en el mismo ídolo aguardando a que llegue Thérèse para cumplir de nuevo el rito del sacrificio, esta vez con ella.
En El río el narrador emprende un monólogo recordando cómo su amante lo viene amenazando que se lanzará al Sena para escaparse de la rutina de su relación. Él alucina que aún la tiene al lado, tendida en la cama pero a la vez despierta y se da cuenta que está abrazando el cadáver, desnudo, de la ahogada que la acaban de rescatar del Sena.
En todos estos cuentos podemos notar de qué manera Cortázar juega con el tema erótico, rodeando, insinuando el acto sexual pero nunca llegando a la descripción abierta y frontal. En todos se intuye que algo sucede pero se deja al criterio del lector elaborar el resto de la historia. Al igual que en la tragedia clásica el crimen se lleva a cabo fuera de escena. Si bien leídos los cuentos hoy treinta o cuarenta años después, el elemento erótico se encuentra ahí, más claro y con más fuerza que nunca. En ese manejo, insinuado, velado es donde se resalta realmente el valor de la obra de esa primera etapa de la creación cortazariana.
En un ensayo revelador, incluido en Último Round, titulado Que sepa abrir la puerta para ir a jugar, Cortázar se cuestiona no sólo así mismo sino que hace un enjuiciamiento total a la forma como los escritores hispanoamericanos han venido tratando hasta ese momento el erotismo. El ensayo escrito en 1968 marca el inicio de la segunda etapa de la obra cortazariana. Aquí el escritor rompe todos los paradigmas de los cánones literarios. Ya desde Rayuela ha venido explorando cómo fracturar el idioma y sus convenciones, ha explorado en ese lenguaje que se inventa y llama gíglico y cuestiona todas les reglas de ortografía, semántica y morfología. El mismo ensayo está escrito a retazos de frases inconclusas, separadas únicamente por barras inclinadas. Cortázar empieza a cuestionarse él mismo, reniega de él, hastiado de su pusilanimidad para enfrentar abiertamente el tema erótico.
Usted creía que este autor se situaba por fuera, privilegiadamente, ¿pantócrator tonante? Avise amigo, hasta yo me releo a veces, y entonces bicarbonato.
Y la incapacidad apunta a las raíces de la madre patria que ahoga y niega la exuberancia amorosa de la herencia mora. Ni Quevedo ni los Cela, ni mucho menos el clero por un lado y el machismo latinoamericano por el otro, deja aflorar el erotismo puro. Si bien la poesía amorosa se salva, lo admite Cortázar, la prosa erótica no tiene madurez. La prueba de fuego que propone Cortázar el encontrar un lenguaje similar al usado por Henry Miller, Georges Bataille, Jean Genet, etc. En ese momento reconoce el esfuerzo que Carlos Fuentes hace en obras como Cambio de Piel y predice:
Hay páginas allí que preludian lo que alguna vez escribiremos con naturalidad y con derecho… pretenderse dueño de un lenguaje erótico cuando ni siquiera se ha ganado la soberanía política es ilusión de adolescente que a la hora de la siesta hojea con la mano que le queda libre un número de Playboy.
Igualmente cita otros intentos loables de contemporáneos suyos que buscan un camino para la literatura erótica como lo son Lezama Lima, Vargas Llosa y dos o tres más. Pero advierte que no se llega fácilmente a él pues hoy día varios…
tratan de desflorar el idioma, pero en la mayoría no hacen mas que violarlo previa estrangulación, lo que como acto erótico es bastante grueso.
y narra como algunas tentativas colombianas, cubanas o rioplatenses desembocan en lo que él llama un estilo “peludo”. Citábamos al comienzo del ensayo como Cortázar advierte que la frontera entre sexualidad y erotismo está en la delicadeza con que se aborde el tema. Pero esta delicadeza, afirma el escritor, no se logra si primero no se han derribado los tabúes en la escritura, para que entonces surja “del ejercicio natural de una libertad y soltura que responden culturalmente a la eliminación de todo tabú en el plano de la escritura”. Cortázar propone entonces la ruptura, el fin del paradigma, es tiempo de ensayar por fin…
La desmesurada síntesis que nos saque del pozo. ¿Para cuándo, por ejemplo, una prosa erótica en la que estén presentes la alegría (sí, usted ha leído bien, se sorprende porque casi siempre el erotismo literario directo es tremendo, negro, frenético, hotelero, adúltero, incestuoso, gerontológico, impúber, connotaciones que poco tienen que ver con la alegría), para cuándo la ternura, la tristeza, la sencillez, la naturalidad, el amor?
Definitivamente hay que quebrar el tabú del pudor, y en eso Europa nos lleva siglos de ventaja sobre nosotros los latinos, pero es un pudor mojigato, solo para escribir y no para actuar…
Ese sospechoso pudor castellano que a nivel oral cede sin mayor disimulo a transgresiones sexuales de una crudeza y un regodeo como quizá ningún otro idioma (los procesionantes de Sevilla, proclamando a gritos que su Virgen «le da por el culo a todas las otras Vírgenes») para reaparecer vestido de rubores a la hora de escribir eróticamente.
Concluye Cortázar con un llamado a dejar atrás el complejo que los únicos que pueden escribir eróticamente son Miller y los franceses y a hacer del castellano un…
instrumento erótico propio… pero repito no se trata de que haya que escribir una literatura erótica como quien está obligado a vacunarse,... somos libres… y si a un escritor no le da por ese lado, pues se acabó y que lo diga nada menos que un Borges. La cosa es cuando le da y no puede; cuando llega al “pasaje” y no le sale, o le sale peludo o eufemístico; cuando entra en el coto vedado y los perros-palabras no se animan a traerle los conejos y las perdices. El miedo sigue desviando la aguja de nuestros compases; en toda mi obra no he sido capaz de escribir ni una sola vez la palabra concha, que por lo menos en dos ocasiones me hizo más falta que los cigarrillos.
Este ensayo de Cortázar marca la etapa en que se decide a practicar lo que él mismo propone. Deja atrás los tabúes y escribe durante un corto período una literatura que verdaderamente marca la frontera entre el erotismo y la sexualidad franca y abierta. Ya para su tercera época y más precisamente en El Libro de Manuel, Cortázar se despojara de todos los pudores y describirá, con crudeza todo lo que en su obra anterior no logró decir por las razones anotadas. Pero volvamos a la época central de Cortázar, la de los sesenta en los que produce sus obras de mayor trascendencia en cuanto a ruptura se refiere: Rayuela, Historias de Cronopios y famas y Último Round. Este etapa se traslapa con el fin de la primera y arranca con Rayuela, publicada tres años antes que Todos los fuegos el fuego. En Rayuela, novela puesta bajo la mesa de disección en todas las facultades, talleres y revistas especializadas, no quiero detenerme para no correr el riesgo de no aportar nada nuevo. Apenas quiero recordar dos pasajes que resumen la cumbre de esta etapa. El primero es el famoso capítulo 68 de la segunda parte llamada Del otro lado o capítulos prescindibles, escrito en gíglico, ese idioma que inventa y que se lo atribuye a la Maga para deslindar la realidad. Jorge Ruffinelli, en su ensayo Erotismo y Alegría dice:
¿Qué representa el empleo del gíglico? ¿Es acaso el escamoteo de la descripción directamente, o es justamente lo contrario: un modo de resaltarla? Por lo pronto, no hay allí un lenguaje nuevo y permisible, que concita el regocijo por la comprobación de la creatividad lingüística. Es una forma de decir sin decir, de describir lo prohibido, sin salirse de los cánones de la legitimidad. Pero al mismo tiempo, el gíglico, por no ser un lenguaje común y colectivo, hace resaltar todo lo que se refiere. Crea otro código y en el acceso a su inteligibilidad nos solazamos. Junto con el humor, ese humor que afloja tensiones, ese guiño de complicidad de las jergas que unifican y reúnen en un grupo, esta vez el grupo de entendidos que habitan la zona, ese gozo de haberse escamoteado la prohibición, el tabú. De haber burlado una puerta sellada.
Veamos pues el capítulo 68:
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo como poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios, apenas se entreplumaban, algo como un ulocordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordepenaban hasta el límite de las gunfias.
Es innegable el ritmo erótico del pasaje que deja al lector con el sabor de haber presenciado un apasionado acto sexual de la Maga y Oliveira. No es necesario buscarle una traducción lógica al pasaje para disfrutarlo. Sin embargo podemos citar como en alguna parte leímos ya hace algún tiempo un estudio, muy serio, de un intento de encontrar las etimologías de todas y cada una de las palabras gíglicas del capítulo. Como si ello agregara algo al erotismo o a la intelección del mismo.
El otro pasaje es el capítulo inédito de Rayuela. Cortázar lo escribió inicio de la novela, luego se arrepintió y lo excluyó de la obra. Diez años mas tarde autorizó su publicación en el número doble que la Revista Iberoamericana publicó en el número 83-84 del segundo semestre de 1973 para conmemorar los diez años de publicación de la novela. En este capítulo, Oliveira y la Maga se encuentran en una habitación desnudos, después de hacer el amor. La Maga se ha quedado dormida y Oliveira sigilosamente se levanta de la cama sin despertarla y busca un carrete de hilo y un tubo de pegante instantáneo. Oliveira deposita una gota del pegante liquido en un pezón de la Maga, coloca allí un extremo del hilo y desenrolla el carrete y lo tiempla para fijarlo al otro extremo de la habitación con otro punto de soldadura liquida. Oliveira repite la operación, esta vez uniendo el hilo desde el dedo gordo del pie hasta la mesa de noche, luego, de una ceja al pomo de la puerta, del labio al techo, del ombligo a la ventana, del otro pezón al espejo del baño, del pubis a la cabecera de la cama, de un dedo de la mano al interruptor de la luz, todo esto con la Maga perfectamente dormida y quieta. Oliveira va entretejiendo una enmarañada red de hilos desde el cuerpo desnudo hasta diversos puntos de la habitación, tejiendo una red cada vez mas intrincada para no tropezarse con los hilos ya templados y despertar a la Maga, hasta el punto que tiene que salir del medio de la maraña haciendo maromas para llegar hasta un extremo de la habitación, tomar aire y lanzarse con las manos abiertas en una carrera loca sobre el lecho y sobre el cuerpo de la Maga.
¿No es esto entonces, lo que Cortázar llama erotismo con alegría? La fuerza de la imagen erótica es de tal fuerza que se ha quedado grabada en mi mente quince años después de leerla y en mi opinión constituye otra cima de la erótica en Cortázar.
El siguiente y último texto a citar de este período es el titulado Tu piel más profunda, incluido en Último Round y al que Cortázar se refiere como un intento de “trasponer poéticamente instancias poéticas”. En este ensayo Cortázar rompe definitivamente con el tabú de la sodomía en las prácticas heterosexuales. Lo plantea en un tono del más alto nivel poético. En adelante no podrá escribir nada igual. Más adelante en El Libro de Manuel relata una escena similar que ya no tiene casi nada de erótico y pasa más a ser una simple descripción sexual. Cortázar en el ensayo antes citado Que sepa abrir la puerta… Se burla del pudor latinoamericano, en especial del machismo mexicano hacia los supositorios y concluye que uno de los indicios de la ventaja que lleva Europa sobre América Latina es la desinhibición con los temas anales.
Ríase compañero, pero Europa tiene el ano más liberado que usted y eso cuenta en una madurez literaria.
La tercera y última etapa de la creación literaria de Cortázar abarca el período desde 1970 hasta su muerte. Es una de las épocas más prolíficas del escritor y a la vez, menos afortunada. En este período publica los cuentos de Octaedro, Un tal Lucas, Alguien que anda por ahí, Queremos tanto a Glenda, Deshoras, el libro de poesía Salvo el crepúsculo, la última novela, El Libro de Manuel, y el libro de viajes, Los autonautas de la cosmopista. Además autoriza a que salgan a la luz dos libros que había guardado desde su primera época, escritos antes de 1950, cediendo a la tentación de no dejar nada sin publicar. Son Divertimento y El examen. Es el período más tenue de la obra cortazariana. Desde la cómoda situación que le brinda la fama, sus múltiples compromisos políticos con Cuba primero y luego con la Nicaragua sandinista, aparece un Cortázar que se agota, se repite, vuelve a temas tratados de su primera época pero con efectos desilusionantes como La Noche de Mantequilla, uno de los momentos menos afortunados de Cortázar, una cuento que palidece al lado de otro de tema boxístico: Torito. Este mismo cansancio se acusa en su tratamiento del tema erótico.
La liberación propugnada en Que sepa abrir la puerta… alcanza sus máximas dimensiones en El libro de Manuel donde el tema sexual se aborda sin tapujos. Los vocablos “peludos” que tanto trabajo costaban a Cortázar los exorciza en la novela hasta el punto que pierden toda su connotación vulgar. Así Ludmila, la polaquita amante de Andrés, repite una y otra vez la frase “concha peluda y pija colorada”, hasta que a ella y al lector le suenan bonitas. A Cortázar le importa poco la delicadeza que pregonaba unos años atrás. Las descripciones bien pueden considerarse de un elevado nivel erótico o simplemente obscenas, según el prisma de quien las juzgue. De todas maneras el péndulo toca el extremo opuesto del pudor de los años cincuenta. Por las páginas de El libro de Manuel campean las sodomías, las masturbaciones sin fin del neurótico rabino Lonstein y las descripciones sin pudor de las actividades de los miembros de la Joda, el grupo revolucionario formado en París que pretende secuestrar a un diplomático para canjearlo por presos políticos latinoamericanos.
En el balance final, Cortázar sale bien librado en su manejo del erotismo. Su última fase no aporta mayor cosa al resto de su obra, pero sí mucho a la liberación de los tapujos que oxidaban nuestra literatura. La cuentística de Cortázar, en especial la de su primera época, mantiene plena validez en el manejo del erotismo. De su segunda época quedan páginas que no se olvidarán por muchos años como los pasajes mencionados de Rayuela y Último Round.
Una reflexión al final de estas líneas es que Cortázar al tratar de romper con el esquema que él mismo cultiva durante veinte años logra el efecto contrario, que es reafirmar que la delicadeza es la mejor manera de abordar el erotismo. Después de la evolución que propicia e impulsa Cortázar, es posible que podamos hacer regresar el péndulo a campos donde si bien no estemos atrapados por pudores de mojigatería si podemos seguir disfrutando del discreto encanto que produce la inteligencia + el sexo. Roto el tabú, es posible asumir con desparpajo cualquier tema erótico, sin necesidad de caer necesariamente en la obscenidad.
Cortázar es innegable que ha marcado en dos la historia de la literatura latinoamericana de este siglo. Difícilmente un escritor de estos tiempos puede sustraerse del influjo impregnado por el argentino en todas las generaciones posteriores a 1960. Sus planteamientos de ruptura, esbozados y desarrollados en Rayuela, 62 modelo para armar y Último Round siguen dando hoy la pauta para modelar la evolución de la literatura. A Cortázar debemos en gran parte haber logrado esa mayoría de edad que él reclama en Que sepa abrir la puerta. El erotismo en prosa en español después de la obra de Cortázar no puede ser el mismo, en parte por Cortázar y también, no lo olvidemos, debido a la democratización de España que sacudió la rigidez en que la dejó postrada el franquismo. Prueba de ello es que en España existe desde hace más de diez años una serie editorial y un concurso anual de novela erótica llamado La sonrisa vertical. El sendero dejado por Fuentes, Cortázar, Lezama Lima esta abierto. Cabe a nosotros mantenerlo abierto.
Por Philip Potdevin
Esta conferencia fue leída inicialmente en Cartagena de Indias, el 23 de agosto 1992. Ha sido revisada para el centenario del nacimiento de Cortázar.