El sentido de un final de Julian Barnes o cómo se escribe una novela que bordea la perfección narrativa

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Reseñas de libros Creado: Martes, 08 Agosto 2017 12:28 La última novela de Julian Barnes, ganadora del Man Booker, principal premio de las letras británicas, acaba de aparecer en español, traducida y publicada por Anagrama. Creo, de manera muy personal, que está en camino de convertirse en un referente obligado de la perfección en el arte narrativo.
Es de esas novelas que todo escritor quiere tomar en sus manos y, además de leerla y gozarla de tapa a tapa, desarmarla, reconstruirla, voltearla al revés, como un vestido, para ver como están confeccionadas sus costuras de tal modo que, en el producto final, se genera un resultado tan limpio, tan pulido, tan agradable al tacto, a la vista que deja a cualquier lector con una inmensa satisfacción del llamado placer del texto.

Escrita en primera persona, la novela tiene dos partes, la primera ocupa la tercera parte del libro de apenas 169 páginas, lo cual la alcanza a inscribir dentro de la categoría de novela breve. El argumento es un ejercicio de la memoria perdida y recuperada de Anthony Webster, Tony, quien desde el otoño de sus sesenta y tantos años, rememora aspectos específicos de su juventud. Una juventud marcada por dos episodios: el primero, su noviazgo en el primer año de universidad con Verónica, enigmática, brillante, distante y provocadora, quien siempre le sale adelante en los diálogos elaborados y refinados que sostienen; el segundo, el grupillo de amigos con los que Anthony desarrolla una relación muy estrecha desde el bachillerato, en especial, con uno de ellos, llamado Adrian Finn (el apellido no es fortuito, pues tiene un dejo de fin, de final que está en el titulo), quien se caracteriza por ser de una inteligencia y percepción superior a lo normal.

La relación entre los tres personajes se construye a través de la información que el narrador va dosificando, no de manera maliciosa ni truculenta, sino en la medida que él mismo va recordando hechos, aprendiendo cosas que no sabía de su pasado o reenfrentado acciones suyas que había borrado totalmente de su memoria y regresan con la violencia de una vergonzosa bofetada. El lector avanza en la trama a la par que el narrador desenvuelve la madeja de su pasado. La técnica narrativa consiste, de manera muy elemental y, por ello mismo, magistral, en no dejar entrever nada de lo que sucederá una sección, una página o un párrafo más delante de lo que narra cada línea, y a la vez, (allí está de nuevo la maestría) en la medida que el lector avanza en cada párrafo, en cada página, cada sección, toma conciencia que todo viene escrupulosamente construido frase a frase, momento a momento. Hay una metáfora en la narración que ilustra este mecanismo y es el hecho que de tanto en tanto el Támesis se devuelve en su curso y sus aguas remontan el cauce en sentido contrario a su flujo. El hecho es un acontecimiento que los turistas y los mismos londinenses, incluidos Tony y Verónica, siguen con diversión. Así la novela es construida, con una memoria que se recupera de atrás para adelante, mientras que los hechos suceden de manera lineal.

Es reconocido el poder que tiene la prefiguración en la técnica narrativa, y cómo cada autor hace uso de ella para lograr causalidad, orden, verosimilitud en la narración. Pues bien, Julian Barnes es experto en usarla de la manera más sutil. Lo prodigioso es que en la novela todo está prefigurado desde la primera página y sin embargo, todo resulta sorpresivo al lector, allí la maestría de la narración, donde si bien el lector atento lee cada frase sabiendo que algo tendrá que ver con lo que viene adelante, no por ello alcanza a vislumbrar los giros y vericuetos que la historia va dando en su desarrollo.

Un ejemplo es el suceso que los cuatro amigos viven en su colegio, cuando un compañero fallece trágicamente. Se enteran poco después que se ha suicidado pues ha embarazado a la novia y no encuentra solución diferente para salir del embrollo. Ese hecho se convierte en una doble prefiguración del eje principal de la novela.

En un doble juego del narrador, contra sí mismo y contra el lector, Verónica acosa a Anthony con una frase, que hace sentir a narrador y lector como seres francamente inferiores frente a lo que para ella es obvio. Dice, no sólo durante le noviazgo sino cuarenta años después cuando se vuelven a encontrar por razones relacionadas con el mismo Adrian Finn: “Es que tú no la captas, ¿no? No entiendes y nunca entenderás” reprocha Verónica mientas Tony se devana los sesos para encontrar orden y lógica en los hechos que se despliegan frente a él. Y la misma confusión la vive el lector. Por ello se crea de manera admirable una fraternal complicidad, en el desconcierto, entre narrador y lector.

El otro recurso con el que Barnes genera una trama perfecta es la tensión, tal vez el elemento más sencillo y antiguo de toda narración, desde cuando se contaron por primera vez las mil y una noches o desde cuando el narrador oral dejaba en ascuas a sus escuchas sobre qué iba a pasar después y dilataba el desenlace para mantenerlos en vilo. Esto suena elemental respecto a un novela, pero aún así hay que anotarlo: la tensión es y seguirá siendo un recurso principal como función de la novela. Todo lector quiere saber qué va a pasar y por qué esto que pasa sucede y de qué manera se desenvolverá todo el asunto que a primera vista parece complejo, intrigante. Barnes, repito, maneja este recurso de la manera más sencilla y admirable.

Cuando el lector logra sentir desprecio por un personaje, es sencillamente por que el personaje está bien caracterizado. Igual si siente compasión por otro. Es imposible no juzgar a Verónica por su forma de ser, críptica, autosuficiente, utilitarista y despectiva. Así mismo es imposible no sentir una enorme compasión por el narrador sin que Tony haga una lacrimosa personificación de si mismo. Él se ve arrastrado por el curso de los acontecimientos, traicionado por su memoria, por lo que cree recordar y resulta que no ha recordado correctamente y que en realidad quien conserva la autenticidad de los hechos es la misma Verónica, quien es implacable, no tiene consideración y se encarga de revelar el lado oscuro que Tony ha olvidado de sí mismo.

El final podría parecer traído de los cabellos y no lo es, pues gracias a la prefiguración, todo se ha anunciado de manera tan sutil, tan circunstancial, que creo ningún lector, por avezado y malicioso que sea, puede anticipar un final tan sorprendente. El lector cae en las mismas trampas que cae el narrador al reconstruir la historia, al recuperar la memoria y al final, entender de verdad lo qué fue lo que en sucedió con Verónica, Adrian y con él mismo. Tony, y por supuesto el lector entiende todo al final de la novela, como en las mejores obras del género, sin que nada resulte fortuito, forzado o truculento.

Por supuesto, hay también un finísimo humor diseminado por cada pagina. Como en la frase de Tony que dice, en algún momento algo así como, “ si nosotros estuviéramos en una novela, pasaría esto…. pero cómo no lo estamos entonces lo que sucedió fue esto otro…”.

Por último, resta agregar que como en toda obra maestra, la perfección está vestida de sencillez. La trama de The sense of an ending, es absolutamente llana. No hay demasiadas historias contadas, es una sola. Los personajes son pocos, bien definidos, apasionantes cada uno y todos verosímiles. Los hechos se dan de manera inevitable, todo es así por que debe ser así, y a la vez es casi elemental, obvio. Allí está, insisto, la maestría del autor.

Cualquier escritor que haya intentado y logrado escribir una novela sabe el inmenso trecho que hay entre conocer los rudimentos de la técnica narrativa, algunos aquí mencionados, y armonizar las partes para que el resultado sea, no sólo verosímil y apasionante sino de cierto valor literario. En resumen: una novela magistral para todo escritor/lector, independiente de si se trata de un profesional o no en la materia.

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