De por qué No es prudente recibir caballos de madera de parte de un griego, según Juan Manuel Roca

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Reseñas de libros Creado: Martes, 08 Agosto 2017 22:43 En su ilustrada racionalidad poética, Hölderlin afirma que la poesía, entre todas las tareas del Hombre, es la más inocente. Por lo tanto, hacer poesía, parecería ser algo ineficaz, inofensivo, casi ingenuo o vacuo. Acto seguido, en 1800, un año después de la anterior afirmación contemplada en una carta a su madre, el poeta afirma que la palabra es el más peligroso de los bienes del Hombre. Entonces, ¿es la poesía un acto inocente, ingenuo o es, a través de la palabra la más peligrosa de todas las armas del Hombre? ¿Hay contradicción?

La palabra es el peligro de los peligros, afirma Heidegger, juicioso lector de Hölderlin, por cuanto ella precisamente comienza por crear la posibilidad misma del peligro. En este sentido, el filósofo alemán afirma que la Palabra proporciona al Hombre la primera y capital garantía de poder mantenerse firme ante el público de los entes. Únicamente donde hay Palabra hay Mundo y únicamente donde hay Mundo hay historia. La palabra es un bien, el primogénito de los bienes, lo cual quiere decir que la Palabra responde por o asegura que el hombre pueda tener historia y ser histórico.

Volviendo a Hölderlin, nosotros somos palabra-en-diálogo. Desde que somos palabra-en diálogo, los Dioses nos han puesto en trance de hablarnos, de ponernos de cara frente a nuestra realidad de mundo, a nuestra realidad de verdad, a través del diálogo.

¿Y para qué todo esto? Hölderlin, no cae en meandros. “Los poetas echan los fundamentos de lo permanente”. Por lo tanto, la poesía es la esencia de la palabra, es la esencia del Hombre, es el fundamento de todo cuanto el Hombre funda, crea, construye o erige. Nada es permanente. De sus obras y hechos; solo queda la palabra y solo la palabra poética en su magnificencia y, a la vez, sencillez. Concluye el poeta: “Lleno está de méritos el Hombre; mas no por ellos; por la Poesía ha hecho de esta Tierra su morada”.

Y esto precisamente es lo que Juan Manuel Roca valida en su más reciente obra de poesía en prosa No es prudente recibir caballos de madera de parte un griego (Fundación arte es Colombia, Colección Letras, 2014). El poeta colombiano una vez más pone los fundamentos de lo que es en verdad importante a través de su poesía, una poesía que detrás de su aparente inocencia (como reconoce Hölderlin), va llegando a lo permanente, a lo fundamental del Hombre en el Mundo, del ser aquí y ahora, a la realidad de nuestro país, de un país “si alguna vez lo fue” en el que “un ciego camino al desfiladero nos llamaba a la guerra permanente y el cortejo que lo seguía marchaba cantando hacia el abismo”. El poeta anda en busca de su país. Los muertos del país dictan al poeta que por favor le diga a los nietos que “el patio natal ya no existe y solo quedan vestigios en los parques, migajas de sueño en las ventanas. Dígales que se busca un país, que a quien lo encuentre se le dará una buena recompensa”.

El poeta, ese artífice de la palabra-en-diálogo entra en conversación consigo mismo. Reflexiona, interpela, indaga, añora, evoca y se da cuenta que ya no es él mismo. Que los años pasan, que el cuerpo se metamorfosea: “Me dieron un cuerpo y a ese cuerpo un nombre… el pobre cuerpo se venga cuarteando el decorado, haciéndome doler telón adentro”. Lo acecha su propio cuerpo, lo persigue, como una sombra. “Una noche me lo encuentro a boca de jarro al doblar una esquina y me resulta imperioso saludarlo como a un viejo conocido. Debo aceptar que me sigue a todas partes.” El poeta libra una lucha desigual contra el peor enemigo: su propio ego. Sube al cuadrilátero, como un condenado a muerte y allí es vapuleado: “mi ego me acorrala y zarandea como a un muñeco de fieltro. En el 5ª asalto caigo de bruces, fulminado, con los brazos en cruz en un torpe remedo de Cristo. Mi ego da vueltas en torno de mi yacente armazón, brinca como un comanche alrededor del fuego, levanta los brazos jubiloso. Me mira con el desdén de un gladiador.”

El poeta no se queda en ese soliloquio. Indaga el más alto bien, el más inocente y el más peligroso, a la vez, de todos los que posee el Hombre: la poesía. Está presente, audaz, intrépido con su arma y sabe que, según Rilke, “una bandera esta hecha de la misma materia que una mortaja”- “El poeta es en todo lugar un extranjero, se hastía de ver paisajes con estandartes y mortajas…”. Roca ve la poesía en el día a día, “embozada o disfrazada de inocencia”, la ve en todo acontecer, en todo detalle de la vida de sus semejantes, “en la vetusta estación que aglomera los vagones del tren, en sus furgones podridos con lentitud de sol y lluvia, en el brillo de las lagartijas que se cuelan por sus tablones, en el país donde el sol suena como un tambor templado y las gentes muerden la fruta jugosa del silencio, en el olor a casa que los viajeros llevan en el bolsillo del recuerdo como un talismán envuelto en un pañuelo, en medio del cortejo funerario donde una mujer le grita imprecaciones a la muerte…”. Descifrar el mundo es llegar a la esencia de lo fundamental, de lo que el poeta descubre, revela, erige cuando “intentamos con pobres palabras leer y descifrar sus ocultas señales, reconocer su huella como si fuera el casco de una bestia milenaria grabado entre las piedras.”


Pero ¡atención! El poeta puede ser, llega a ser una amenaza para el Hombre. Sabe cómo esconderse, camuflarse sin ser percibido, ni siquiera intuido, para irrumpir con su verdad fundamental y vencer con sus instrumentos y añagazas. De nada valen las defensas, los muros, los vigías, el contraespionaje. Roca no nos trae buenas noticias de parte del silencio, “la luna se derrite como un cubo de hielo en la pecera del mar.” Y aquí, el dictamen final, el que nos deja sin aliento, sin esperanza, obligados a vivir eternamente amancebados, enamorados, seducidos por la poesía: “Si usted está en la casa leyendo este poema, lo congratulo: la sombra de la feroz cazadora no lo acompañara al final de la noche. Si usted desea cerrar este libro pues no cree prudente recibir caballos de madera de parte de un griego, hágalo, de una vez por todas hágalo, pero le aseguro que estará tentado a buscar en esta página el regreso del tiempo.”


Roca nos invita una vez más a arriesgarnos hasta la imprudencia, a permitirnos recibir caballos de madera, siempre y cuando vengan cargados de la Palabra, de guerreros de la poesía. Bienvenidos sean.

La Colección Letras de la Fundación arte es Colombia, dirigida por Francia Escobar, es un maravilloso viaje en los barcos de la poesía en busca del "hombre con sus manos cargadas de presente". En su empeño, dice la directora, "hemos iniciado la primavera con un nuevo inventario de sueños, para no quedarnos solos y varados frente al río."

El proyecto reúne, en su primera edición nueve títulos de nueve poetas de primer nivel de las letras colombianas, cada uno de una corriente distinta que unidos, afirma Francia Escobar, "conforman un catalejo para mirar el futuro, un vitral para advertir la noche, una ola que lleve a los puertos del mundo un mensaje de amor, paz y humanidad, son nueve libros para empezar la jornada."

Los demás libros de la colección son Bosques en la Rada de Jaime García Mafla, Mi crucifixión rosada de Jotamario Arbeláez, Tres romances para oboe de Maria Clemencia Sánchez, Ánima doble de Alfredo Vanín, La Mariposa en el Muro de Andrés Matías, Música lenta de Nelson Romero Guzmán, La pupila incesante de Rómulo Bustos Aguirre y Bajo la hierba o el cielo de Horacio Benavides.


por Philip Potdevin

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