También esto pasará: selfie de un vino sin buqué

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Reseñas de libros Creado: Miércoles, 09 Agosto 2017 11:31 Habrá que reconocer que está aquí, gozando de muy buena salud, la novela de la sociedad que el filósofo coreano que produce su pensamiento desde la academia germánica, Byung-Chul Han —una especie de Foucault del siglo XXI, que enseña Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes en Berlín, un Foucault, digo, en el sentido de ser capaz de retratar con pasmosa precisión la sociedad en que vivimos—, ha designado simplemente como la «sociedad de la trasparencia». Una que sucede a la del siglo veinte, la de vigilancia y control, y que los mismos Foucault y Deleuze vaticinaron el advenimiento desde antes de la caída del Muro y que se caracteriza por el fin de la intimidad, por la puesta en escena de todo lo que el ser humano antes se preciaba de guardar en secreto o al menos lejos de miradas escrutadoras de extraños. Antes, no hace tanto, quizás no más de diez o quince años, así suene a romántica añoranza, había un casi siempre claro lindero entre lo público y lo privado, entre lo erótico y lo obsceno, lo sagrado y lo profano, lo íntimo y lo grotesco. Hoy todo se disuelve en la igualdad, en lo mismo, en la falta de diferenciación. Vivimos el infierno de lo uniforme, el mundo de todos lo mismo.

La sociedad de la trasparencia es la vida tornada en vitrina donde no hay lugar a cortinas ni velos, ni posibilidad de apagar la luz y decir buenas noches; estamos expuestos, siempre al aire, desnudos ante el endiablado andamiaje de las redes sociales, de las aplicaciones de los smart phones que registran nuestros desplazamientos, que acceden a la lista de contactos, a nuestras fotos (¡au revoir intimidad!); a los motores de búsqueda de la Internet que guardan y almacenan, paso a paso, cada palabra buscada, cada sitio visitado; una sociedad en la que hemos caído enmarañados sin la menor posibilidad de liberarnos de sus viscosos hilos que cada vez nos sujetan más, víctimas del veneno inmovilizador de las nuevas tecnologías. Hoy todo es trasparente: la fachada de los edificios, de los gimnasios y de las modernas casas minimalistas, pero más importante, —y aterrador— la vida de todos se ha vuelto trasparente. Y para más señas y más desasosiego, en la sociedad de la trasparencia Eros cede ante lo obsceno, ante lo explícito; la pornografía triunfa al degollar a Eros. Lo porno es trasparente; mientras que Eros era lo velado, lo apenas intuido.

¿Y esto, qué tiene que ver con la literatura actual? No poco. El hecho de que aparezcan autores como el noruego Karl Ove Knausgaard, que escribe sin que se le despeine un pelo de su abundantísima cabellera y barba, antes de llegar a los cuarenta años, una novela autobiográfica de tres mil páginas, en seis tomos —y además que su obra se convierta en succès de scandal, no solo en su país de origen sino en media Europa, sin excluir el mundo anglosajón— es ya prueba incontestable de que la narrativa de la sociedad de la trasparencia se ha aposentado, gran ave posthistórica, para empollar sus huevos trasparentes en el inmenso nido de las letras.

También esto pasará de la escritora catalana que escribe en español, Milena Busquets Tusquets —pero quien firma solo con su primer apellido, quizá para soslayar no solo la cacofonía sino también el linaje con el mundo editorial— es un ejemplo menos desmesurado que el del noruego, pero no menos representativo de la sociedad descrita por Han.

¿Y qué le vamos a hacer, —podríamos argüir— si este es el mundo que nos correspondió vivir; no menos sustraernos de él, ni ignorarlo ni mucho menos tratar de derruirlo —así subsistan, miles o millones que aún resistamos a plegarnos—?. ¿Acaso la literatura no es reflejo y espejo de su época? ¿Qué otra literatura puede germinar, y ser exitosa, en estos tiempos de trasparencia? Pues mucha, por supuesto; por fortuna, y ejemplos sobran. Pero los comentarios, glorificados por la casa editorial, son avasalladores, como lo obliga esta sociedad de alto rendimiento: «la novela que arrasó en la Feria de Frankfurt»; «33 editoriales en el mundo planean la publicación»; «lectores incondicionales y reseñas entusiastas tras la edición en Francia: (40,000 ejemplares) y las sucesivas ediciones en Argentina»; además de los artificiosos clichés de la prensa («Uno de los libros más elegantes que podrá leer» (L’Express); «Conmovedora, equilibrista de los sentimientos. Milena Busquets traza entre líneas el retrato de una generación» (Le Monde). Y, qué ironía, quizás esto último sea lo más cierto que se pueda decir de la novela. La autora pertenece a esta generación que nace y florece en la trasparencia, en la sociedad en donde todo se vuelve abierto, positivo, público, ostensible y visible.

La novela se ocupa de las vivencias de la narradora, que aquí se llama Blanca, Blanquita, —inútil y superfluo, casi risible intento de camuflar a Milena, y quien acaba de perder la madre, la célebre editora Esther Tusquets («la enfermedad, que la expulsó salvajemente de su trono y destrozó sin piedad su reino») y que al parecer ejerció una influencia (¿o sombra?) sobre la joven autora que a veces raya en la veneración pero también en el grito sofocado por liberarse de “su reino”. La solución que encuentra Blanca/Milena para superar el duelo no es otra que —ante la ausencia de tristeza, solo impera la necesidad de que también esto pase, la sociedad de la acelerada trasparencia impone voltear la página rápido, no hay tiempo para balances, reminiscencias ni remordimientos; ¡lo más notable del funeral es la presencia de un extraño a quien a primera vista desea seducir!— escaparse por unos días con varias amigas, su par de hijos y dos exmaridos al apartamento que ha dejado la madre en la ciudad balneario de Cadaqués en la Costa Brava, a unas cuantas horas de Barcelona. Allá llegarán todos, incluso Santi, uno de sus amantes, hombre casado; también aparecerá, por supuesto, el enigmático pero predecible personaje que emergerá en repetidas ocasiones.

A Milena Busquets hay que reconocerle dos virtudes, al menos: una, ser dueña de una fácil y vertiginosa prosa, algo siempre a ponderar. Tiene alma de escritora. Escribe, al parecer, sin dificultad, sin enredarse en el juego de palabras, en la figura literaria, en los artificios del lenguaje. Ella llama al pan pan y al vino vino, como ordena la sociedad de la trasparencia; por otra parte, tiene la capacidad de hacer una historia, en este caso, una novela, de su vida, o al menos de un episodio de su vida como lo hacen los mejores escritores. Entonces, ante esas virtudes, ¿qué hace que la novela fracase?

La autora da la clave en una entrevista a un diario gallego en marzo del 2015. Al referirse a También esto pasará: «Aquí me he dejado el alma. Todo es auténtico. Hay cosas, algunas tontas y otras más graves, que son inventadas, pero en la novela están mi vida, mi madre, sus perros, mis exmaridos...». Por lo tanto no hay ficción, mucho menos esfuerzo de creación, casi nada de imaginación, ni elaboración de mundos, ni utopías. Todo es reality, trasparencia absoluta; la novela no es más que una selfie. No es casualidad que hoy los móviles se valoren más por su cámara frontal que posterior; lo que importa es una excelente resolución para los selfies. El selfie es la máxima expresión del narcisismo que impera en la sociedad donde Eros agoniza; la alteridad no importa, el otro cede y deja su lugar en la relación afectiva frente al sí mismo. En la sociedad de la trasparencia, dice Han, no hay lugar para Eros pues este siempre necesita la alteridad para realizarse. Y lo reafirma la misma Busquets en la entrevista citada: «Yo no quiero que me quieran mucho. Yo quiero que me quieran»; querer al otro es menos importante que sentir que todos nos quieren. Eros sucumbre ante Narciso.


Milena Busquets, al fondo su madre, Esther Tusquets (El País)


He allí la sociedad de la trasparencia en su expresión literaria. Aquí no hay esfuerzo por caracterizar personajes, son calcados de la vida real; al igual que en esta sociedad, no hay trama ni argumento, no hay conflicto ni oposiciones —recordemos que esta sociedad, neoliberal por más señas, reivindica el fin de la historia—, no hay trasformación, ni miedos ni angustias, todo se presenta y negocia al valor nominal —face value, dicen los anglosajones—; ni siquiera hay tristeza ni congoja ante la muerte de la madre; todo es encadenamiento de instantes, de atisbos a personajes que perduran apenas más que el destello de una luciérnaga. Hay una ausencia de negatividad —diría Han— en la novela; en la sociedad de la trasparencia todo es positivo, aquí se busca, se persigue y se premia el «alto rendimiento», hay culto al éxito; no hay lugar a lo normal, ni a lo mediocre, a las medias tintas, mucho menos al fracaso, por eso las cuatro grandes enfermedades de la sociedad de la trasparencia, también llamada por Han la «sociedad del cansancio» son el síndrome del ejecutivo agotado (burnout), la depresión, el trastorno por déficit de atención y el trastorno limite de personalidad (borderline). Todo lo que no caiga bajo la sombrilla del éxito amenaza ruina bajo la forma de una de estas enfermedades.

Paradoja, más aparente que real: esta novela “exitosa”, “que arrasa”, se lee en dos, máximo tres horas. Es fruto de la sociedad de la aceleración. Por lo mismo, no deja al lector mucho más de lo que deja al usuario de redes sociales el fisgonear, por unos instantes, el perfil de un conocido en Facebook o en cualquier otra red social. ¡Todo es tan vulgarmente cotidiano! En la novela nos enteramos que para Blanca o Milena quizás lo más importante es follar («Alguna noche podríamos venir aquí a follar. ¿No crees?»), fumarse un porro, besarse en la boca con los novios de sus amigas, nada de lo cual ya escandaliza a nadie —pero también dedicar tiempo a sus amigas, y a sus dos hijos, cargarse a sus dos exmaridos de vacaciones—, todo hoy muy normal, nada extraordinario, demasiado trasparente para llegar a ser literatura que lleve a un mínimo umbral de reflexión, ni a meditar o detenerse más de un minuto sobre lo leído. ¿Que es divertida? Es posible, pero para diversiones hay otras formas de pasar dos o tres horas.

Así, También esto pasará tiene la misma verosimilitud que la más reciente publicación (post) de un perfil de una red social, es decir toda, por ejemplo: «en ese momento celebro con mis amigas en el apartamento de mi madre», con foto incluida de las amigas, botellas por el suelo y el humo de la hierba nublando todo menos las carcajadas. Lo gráfico mata la imaginación. De igual modo, tiene la misma permanencia en el recuerdo del lector: quizás no más que fracciones de segundo. La culpa no es de Busquets, hay que ser ecuánime, si de buscar culpables se trata, pero no es el caso; el responsable es la sociedad de la aceleración, aquella donde lo efímero es rey, donde lo instantáneo es lo que tiene valor, así su vida media no sea mayor que la de un isótopo radioactivo, por ejemplo la del helio-5, aproximadamente igual a una cienmillonésima parte de una billonésima de segundo. Y lo cierto es que esta sociedad necesita sus autores; al igual, por ejemplo, que el régimen soviético necesitó de novelistas que representaran fielmente los principios de su ideología. ¿Hoy quién los recuerda?

Byung-Chul Han, dice: «la coacción de la trasparencia destruye el aroma de las cosas, el aroma del tiempo. La trasparencia no desprende aroma. La comunicación trasparente, que ya no admite nada no definido, es obscena» (Han, La sociedad de la trasparencia, Herder, p. 64). Quizás sea imposible encontrar mejor forma de abreviar el efecto que deja el terminar de leer, literalmente de una sentada, esta narración. La novela tan elogiosamente recibida, al parecer, por la crítica —¿cuál crítica?— europea es una novela sin aroma, como un vino que carece de buqué. ¿Quién desea un vino sin buqué? También esta novela pasará, afortunadamente. Hasta el mismo título hace una mueca burlona, profética de lo que será al poco tiempo; y llegarán otras, igual de efímeras, igual de aceleradas, trasparentes, positivas, de «alto rendimiento» (esto quiere decir, en el mercado literario, de ventas de cientos de miles de ejemplares), e insulsas, “faltas de aroma”, pero igual, exitosas, que “arrasarán” las ferias de libro, en Madrid, Fráncfort, Guadalajara, Buenos Aires o Bogotá. Estaremos en guardia.



Busquets, Milena, También esto pasará, Anagrama, 2015

Entrevistas Radiales