Después y Antes de Dios, de Octavio Escobar Giraldo, una joya espeluznante

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Reseñas de libros Creado: Miércoles, 09 Agosto 2017 10:19 La más reciente novela del escritor manizaleño Octavio Escobar Giraldo ha sido galardonada con el Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barbastro 2014, en España y publicada por la prestigiosa editorial ibérica Pre-textos. Con esta, su sexta novela, el escritor caldense demuestra, una vez más, la maestría en el género de novela negra. La sociedad de su ciudad natal vuelve a ser el tema y blanco preferido de sus obras, el espacio donde mejor se desempeña Escobar Giraldo. La conoce desde adentro, es producto de ella y por ello puede retratar sus debilidades, sus flaquezas, sus mentiras, sus imposturas y… sus crímenes.

Después y antes de Dios, es una novela apretada en 210 páginas en formato de bolsillo, maravillosamente escrita en un lenguaje preciso, minucioso, con paciencia de orfebre y con detalles de miniaturista. Nada es fortuito, no hay excesos, no hay despilfarro de recursos, como ordena el canon de la novela corta. Escobar Giraldo es, de manera indudable, el mejor cultor de la novela negra en nuestras latitudes. Es un heredero de maestros como Julian Barnes y Rubem Fonseca, por sólo mencionar dos grandes nombres.
La novela abre con lo trágico, lo inconcebible, el crimen más monstruoso que pueda cometer el ser humano. En toda sociedad aquel crimen no tiene la menor posibilidad de perdón, de justificación; va en contra de toda ley natural, de toda ley positiva; y con todo, el crimen más aberrante se da también en Manizales, la ciudad más digna, más orgullosa, más religiosa, más conservadora del país, pero también quizás, la más más hipócrita, la más corrupta, la más violenta y la más tramposa. Hacer la generalización de tomar la parte por el todo es exagerado, injusto; en realidad de lo que trata la novela es del núcleo de una sociedad rancia, avinagrada, envenenada en sus propios vicios, en sus propias mentiras, como lo es por ejemplo, la del encubrimiento de los pobres vergonzantes. Aquellos “hijos de algo”, continuadores de una hidalguía vacía, venida a menos que por un orgullo estúpido no quieren o no pueden aceptar su condición económica y viven una vida de hipocresía, de fachada, de impostura frente a sus semejantes que también padecen de la misma enfermedad social, la apariencia, el cascarón vacío de un apellido sonoro, la tez clara, lo más lejana posible de cualquier mácula que pueda parecer emparentada o próxima a lo “indígena”. Una ciudad que se considera la más española de todas las del nuevo continente si bien “a Manizales ni siquiera la fundaron los españoles” anota de manera ácida Escobar Giraldo. Una ciudad en la que la gente es dividida entre “doctores, doctoras” y los que no lo son; no es un asunto de profesión, es un título casi nobiliario, de una falsa nobleza que mira con desprecio su propia desgracia. No es necesario aclarar que la novela está inspirada en hechos reales acontecidos no hace mucho en tan ilustre ciudad.

La protagonista de Después y antes de Dios, es la “doctora”, un personaje de esa sociedad con un ilustre apellido, que no se revela, tal vez para no zaherir aún más a ese grupo social, y ni siquiera es dotado con nombre propio, es simplemente la “doctora”, una “pobre vergonzante” tan beata o más que su propia madre, que vive aferrada a la religión, a la oración, a las imágenes del Greco y a un Dios que es capaz de perdonarla y protegerla de ser castigada por el crimen más repugnante que puede cometer el ser humano.

Por las páginas de la novela desfila también la otra cara de la sociedad manizaleña y caldense, la más oscura y siniestra: la que está íntimamente emparentada con el paramilitarismo. El tío Anibal, que es capaz de mandar a matar sin pestañear, no sólo a quien sea una amenaza a los intereses de los ganaderos y terratenientes locales, llámense guerrilleros o miembros de bandas criminales sino también a cualquiera que pueda mancillar el “ilustre apellido” de su familia, el mismo que lleva “la doctora”. La “indiecita” Bibiana, amante de la “doctora” no se escapa de la omnipotencia del gamonal.

Es notoria la cercanía entre crimen y religión que se da en la sociedad prostituida por el narcotráfico y la violencia que ha azotado a Colombia los últimos sesenta o más años. Unos y otros acuden a la religión como salvación, como expiación. Los sicarios de las novelas de Fernando Vallejo que se encomiendan a la Virgen para que les permita cumplir con éxito sus misiones no están muy distantes de la doctora, quien después de cometer su crimen, busca abrigo en la oración pues sabe que “Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderosa defensa en el peligro.”

La novela es magistral no por lo que cuenta y lo que descubre de la sociedad manizalita sino por su técnica, por su pulcritud, por describir lo universal a partir de lo local. Escobar Giraldo está en plena madurez de su producción novelística. Ya demostró a sus lectores que desde 1851, Folletín de Cabo Roto su pluma ha alcanzado una significativa lucidez para crear novelas. El premio internacional con el que se le distingue no es fortuito, ni mucho menos. Es el justo reconocimiento de una obra que tiene todo lo que un lector busca: una historia cautivante, una escritura pulida, una dominio de la técnica y un efecto totalizador que es lo más ambicionado por el escritor y sus lectores: una secreta confabulación entre uno y otro para dejarse arrastrar por el influjo creativo, con la verosimilitud de lo ficcional, con la posibilidad de un mundo paralelo. En resumen, Después y Antes de Dios es una obra que seduce por lo indignante, atrapa por lo repulsivo, y vence por lo horrible que es comprobar los extremos a los que llega el ser humano en su condición de vanidad, veleidad e hipocresía. Los espejos siempre revelan lo que nos negamos a aceptar.

Es necesario advertir que Escobar Giraldo corre un riesgo, y es caer y quedarse en el modelo exitoso de la novela negra, breve, seductora, apretada como un reloj mecánico. Cortázar, una vez perfeccionó el género del cuento (y la novela) entró en un visible ocaso; de pronto, sus nuevos cuentos comenzaron a perder lustre, a repetirse, a fallar en lo más elemental. El Cortázar tardío es tan fallido como lúcido el primero. El escritor manizaleño no se puede permitir esa autocomplacencia y por ello debería explorar nuevos terrenos, nuevas fronteras; salirse de una zona de confort y probarse en otras aguas, quizás más profundas, más peligrosas, pero no por ello menos fascinantes.

El libro ya se encuentra en librerías y es distribuido por el Fondo de Cultura Económica. Una magnifica lectura para esta temporada de descanso.

Por Philip Potdevin

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