Menos es más (Una reseña sobre Solicitación en Confesión de Philip Potdevin)

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Archivo de prensa Creado: Sábado, 10 Marzo 2018 10:56

Solicitación en confesión , Philip Potdevin , Camilo Marín López (ilustración) .

Universidad de Caldas, Manizales, 2014, 25 págs., il.


La solicitación es una falta propia de los curas católicos. Según el derecho canónico, el sacerdote que, durante la confesión, o con ocasión o pretexto de la misma, solicita al penitente a un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo, debe ser castigado, según la gravedad del delito, con suspensión, prohibiciones o privaciones; y, en los casos más graves, debe ser expulsado del estado clerical. (Canon, 1387)


Y ese es el título, Solicitación en confesión, de un cuento de Philip Potdevin (1958), escritor caleño experto en temas lujuriosos, incluido inicialmente en el libro llamado Estragos de la lujuria (y sus remedios). Pero, ante todo, es experto escritor, de amplio recorrido como novelista, como cuentista y también como poeta (encuentro que dice en uno de sus bellos poemas de Cantos de saxo : "Y si falta la claridad / la luz dejará de rasgar mis ojos / quedaré solo con la estela de tu nombre / pintada en recuerdos de cirros y estratos").
Este cuento, ya editado él solo, es brevísimo (apenas unas diez páginas que se leen de un tirón, porque las conforman pequeños fragmentos que son cartas y diarios, que van del 14 de abril, al 16 de junio de no sabemos qué año, aunque indicios hay). Además, fue bellamente producido por la Editorial de la Universidad de Caldas, en un tamaño de diecinueve por catorce centímetros, pastas duras y, adentro, páginas en propalcote blanco grueso, con unas siete ilustraciones de página completa (Camilo Marín López es el autor de dichas ilustraciones, que son la otra mitad de la lectura, hay que decirlo), donde predomina el color rojo (lujurioso) desde las portadas y las guardas.
Desde Usaquén (Bogotá), Clarisa Sánchez, de quien iremos sabiendo a medida que pasa el cuento, le escribe cartas al "Amantísimo padre" (también le dice Venerado", "Muy señor mío", "Muy ilustre señor mío", "Excelentísimo" y "Nobilísimo").
Muy seguramente, es el monseñor de Santa Fe de Bogotá, aunque nunca lo trata como tal y ante quien ella se confesa, anticipadamente, como una lujuriosa y lasciva (sueña con íncubos que la hacen gritar de placer). A la vez, va diciéndole cómo el padre Diego de la Cruz (quien viene de Toledo, España, según nos dice él mismo en un momento determinado de sus diarios), su confesor y párroco de Usaquén, va adentrándose cada vez más en su cuerpo con sus manos y con su lengua en plena iglesia en momentos de la confesión.
Simultáneamente, el padre Diego de la Cruz va contando en su diario: "El demonio me está tentando con el cuerpo de Clarisa Sánchez, una beata de la parroquia" (p. 12). Complicidades hipócritas las de Clarisa y el padre Diego, sin duda. A cada quien le gusta lo que está pasando, pero cada uno se siente culpable. Le dice Clarisa a monseñor:
El fuego me quema el pecho; mi agitación no puede ser mayor (…). No pude hacer más que seguir admitiendo mis pecados haciendo caso omiso de su manoseo (…). (p. 14)
Al fnal, el padre Diego de la Cruz le propone a Clarisa hacer la confesión en casa de ella y ella acepta. "Ahora que lo he hecho mío, ¿qué haré?" (p. 23), se pregunta Clarisa, preguntándoselo a monseñor en una carta más, después de los encuentros en su casa.
El final del cuento es una fina demostración de humor satírico: el Santo Ofcio (institución eclesiástica que corresponde a la misma Santa Inquisición y se encarga de castigar la Solicitación en Confesión) requiere al padre Diego de la Cruz ("¡Dios mío, en qué lío estoy!", exclamará él al fnal de su diario -24- ), seguramente acusado por monseñor ante las confesiones de Clarisa Sánchez en sus cartas; aunque por la también última carta de Clarisa a monseñor sabremos que el padre De la Cruz fue llamado sólo a ejercicios espirituales (la Iglesia, como ocurre hoy con asuntos de abusos de menores por parte de los curas, considera que estos, en general, son seducidos en los casos de Solicitación de Confesión y aplican castigos menores a los respon sables. En el caso de Clarisa, la seducción por parte de ella era verdad).
Pero, ¡oh sorpresa!: quien irá a Usaquén a reemplazar al padre pecador es, justamente, monseñor. Clarisa le escribe también en esa última carta: "Creo que por fn tendré paz en mis sueños. He olvidado al padre de la Cruz (sic). Estoy ansiosa por ver a vueseñoría. Aún no estoy pura. Necesito confesarme. (p. 24)
Philip Potdevin domina a la perfección el tema erótico en la literatura y en este cuento ese aserto queda demostrado. No requiere un gran despliegue en la trama del cuento, ni de grandes descripciones, para hacernos entrar en un territorio de erotismo, sensualidad y descaro, en este caso, además revestido de sátira hacia la institución de la Iglesia que, con su poder sobre la masa creyente, comete desafueros como el abuso sexual, que, en este caso, recae sobre quien disfruta plenamente -y en el que, entonces, no puede hablarse de abuso-.
Sin ningún afán de ser explícito en la intención de dicha sátira, el cuento transcurre "tranquilamente", supeditado a los acontecimientos, como debe ser. El lector, si es un poco agudo -no se necesita que lo sea mucho-, pone el resto. El fnal del cuento queda deliciosamente abierto.
Un cuento como Solicitación en confesión es una clara demostración de literatura minimalista -para usar un término de crítico a todo dar-, en la medida en que, en muy poco, dice mucho. Ahí están los términos que el lector debe desglosar si quiere disfrutar mayormente; ahí están las fechas, implícitas, que ubican al lector en los períodos históricos y que, igualmente, el lector debe rebuscarse en la lectura; ahí están el lenguaje sugestivo y la atmósfera altamente erótica, pero sin exageraciones ni ingenuas obviedades (tan escaso esto último en literatura que, cuando se encuentra, como en este cuento, sentir una gran alegría es inevitable). Ahí está, al fin, la erudición de un escritor que tiene el cuidado (¡cuánto cuesta!) de que esta no se note.
En fin, creo que Potdevin es de los escritores colombianos que se deben leer; que sin mucho aspaviento ha hecho una obra muy importante (a pesar de los premios que ha recibido, no se le conoce lo sufciente). Amén de que se le deben agradecer algunas también importantes traducciones.

Luis Germán Sierra J.
Tomado de Boletín Cultural y Bibliográfico No. 93, Febrero 2018

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