Poesía del extrañamiento en Martha Cecilia Cedeño
Categoría: Reseñas de libros
Creado: Miércoles, 09 Agosto 2017 12:09
Hay un pasaje, en la memorable novela de Ricardo Piglia, Respiración artificial, en la que Emilio Renzi, el narrador y protagonista, cita a Tardewski, un polaco devenido argentino—sombra de Witold Gombrowicz— que sostiene que en alguna época le interesó la gente que mira en exceso, aquellas personas que tienen un modo particular de ver, y para ello trae a colación un término en ruso que es ostranenie, (остранение) que significa extrañamiento, y del cual Brecht tomó el concepto de distanciamiento. Luego Piglia, en una entrevista y en otros lugares ratifica la idea del extrañamiento, esa forma de ver la vida con distancia y alejamiento, para concluir: «el arte es extrañamiento». Recordemos también que en derecho el extrañamiento es una pena consistente en la expulsión del condenado de un territorio nacional por el tiempo de la condena, pero de igual modo es una sensación, como la que tiene la madre después del parto y que solo logra recomponer el equilibrio perdido a través del acto de amamantamiento. Los formalistas rusos de inicios del siglo pasado teorizaron bastante sobre el extrañamiento, al decir que al observar las formas separadas de su contexto natural se llegaba a un sentimiento de alienación o a una percepción, lúcida, de estar alienados.
Podemos afirmar que en cada forma del arte existe esa sensación de extrañamiento. Si se toma la música, por lo menos en lo que a mi concierne, el solo escuchar ciertas obras para piano, digamos Las canciones sin palabras, de Mendelssohn o varias piezas de Janacek, como En el sendero cubierto y En la niebla o de Sibelius, Cinco piezas para piano del opus 73 o la misma sonata en Si bemol D. 960 de Schubert o muchos de los cuartetos de Haydn, me embriaga esa sensación de ostraniene.
Y si pensamos en la literatura, ¿quién más que Onetti para arrojarnos al vacío profundo del ostranenie con sus novelas El astillero, Juntacadáveres y La vida breve? Pues bien, si se trata de hablar del extrañamiento en la poesía, no puedo pensar en nadie distinto a la poeta colombo-catalana Martha Cecilia Cedeño. Onetti es a la novela lo que Cedeño es a la poesía, podría aventurar, sin arriesgar demasiado. Tengo esa certeza.
El recorrido de la poesía de Cedeño se puede trazar en tres de sus libros: Amores Urbanos (2010), Versos en claroscuro (2012) y Palabras en soslayo (2015). Es en este último donde la Cedeño logra las más altas cumbres de una penetrante poesía del extrañamiento, una poesía que por supuesto no se puede deslindar del todo de la iluminadora sombra de la Pizarnik sin caer en la umbría de la íntima contumacia con la muerte de la argentina, sino por el contrario, quedándose en el lindero, mejor decir en el umbral, entre la precariedad de la vida y la ponzoña de la no-vida. Es más, la palabra muerte aparece muy pocas veces en los versos de Cedeño; en su lugar, estos están poblados de naufragios, de desgarramientos, de discontinuidades, de impotencias vitales.
Hay un tránsito, una travesía que Cedeño realiza en su camino hacia la perfección, que parte, por supuesto, —¿de dónde más?—de unos amores urbanos que no son más que encuentros, unos apasionados y otros desolados, con los parias de la vida, con los extraños que se aposentan silenciosamente a su lado, en una banca del parque o en el tibio lecho de una fría noche de invierno. Pero más allá de lo anterior se da cita con la agonía de los vencidos, en la derrota de los huérfanos en quienes es imposible purificar y liberar el gusto de sus besos y abrazos de la herrumbre, del orín, del óxido y el serrín. En Versos en claroscuro se rompe la magia, la ilusión y se abre la puerta para que se asome el extrañamiento, bienvenido sea, a través del desencanto de esos amores urbanos que no cumplieron lo que nunca prometieron; en ellos todo fue pasión de juegos efímeros promovidos por los cabareteros de la noche; ahora, al despertar, la resaca del amor es demasiado cruel: es una espada que cae en el costado, que hace languidecer sin fin al presenciar una herida abierta en canal donde reposa, apesadumbrada, una flor marchita. La soledad se entroniza para hacer un homenaje al vacío, un vacío que se llena de mar, de mar por todas partes, sin límites y sin horizontes. El sol no brilla en ningún verso, es un elemento desconocido; en su lugar, domina con agobiante presencia onettiana, los cielos encapotados. Todo el año parece diciembre y diciembre no es un mes para hacer versos, se atestigua, en cierto momento.
Por lo tanto, del fondo de los Versos en claroscuro, comienza a ascender, desde la profundidad del sinsentido, la diáfana trasparencia de las Palabras de soslayo. Aquí ya no hay necesidad de retóricas, de imágenes impuestas o consuetudinarias, de intelectualismos estériles: emerge, como una mariposa de su crisálida, el esplendor de la poesía: limpia, desnuda, traslúcida, sin artificios ni imposturas. La voz de la poeta ha encontrado en el suicidio del tiempo, en la ausencia de las lágrimas y las penas, el reconfortante abrigo del exilio llamado desolación. La lluvia es el telón de fondo del amor moribundo que ya no importa si fue o si nunca existió, las historias fallidas, las que pudieron ser y no fueron pierden cualquier relevancia para dar paso al presagio de la desfamiliarización, es decir, la bienvenida a un oportuno asentamiento en la vigilia perpetua del insomnio, a la espera, sin afanes pero también sin esperanzas de una muerte suspendida de un hilo demasiado grueso que parece nunca se romperá, a no ser que la espada del alba, con su filosa hoja logre restablecer la nostalgia de la primavera.
Hay un brillo incandescente en cada verso, en cada palabra de Palabras de soslayo que dejan sin aliento al lector, verso a verso, poema tras poema. Allí yace, sangrante, viva, la poesía como debe ser cuando se han superado las pretensiones de lo artificioso, cuando se ha conquistado la agudeza de la razón sepultada. Aquí no hay necesidad de silogismos ni de artefactos lingüísticos: solo hay lugar a la visión profunda que tienen los párpados —ojo, son los párpados y no los ojos, los que ven con hondura— en la noche sin fin, laberinto oscuro del ánima descompuesta, monstruo dormido que ha pasado de extraño a amante sin que nadie lo haya notado, ni siquiera la misma poeta. La huida ha perdido todo sentido, los vencidos ya no lloran su derrota pues reconocen que su lujuria está en el veneno mutado en ambrosía. Ya no importa si hubo noches ardientes en abril, lo que persiste es la ebriedad del desencanto, la miseria de la propia historia, la mudez, la ausencia de deseo, y sobre todo la discontinuidad, la fragmentación de la palabra soslayada en su filo más agudo; aquella que corta sin sangrar, que taja sin dolor, que cercena el corazón y lo separa del espíritu y que nos deja, abiertos como una granada, escindidos de nuestra propia realidad.
Es solo de esa manera, cuando se ha logrado el distanciamiento necesario, el extrañamiento de haberse ido a otra tierra para cumplir la condena de vivir fragmentariamente, es que se alcanza a percibir la tenue luz de la esperanza, aquella que Ernst Bloch nos revela en El principio esperanza, ese mundo utópico, y a la vez posible de una vida iluminada de anhelos que se cristalizan con el simple deleite de escuchar un fado o un bandoneón, una voz que deletrea un tango y nos recuerda que el ser humano posee esa única capacidad, en todo el universo, de sentirse único por saberse alienado, extrañado de su propio mundo. Así es la poesía de Martha Cecilia Cedeño, una poesía que mira demasiado, que tiene una forma particular de ver la vida y por ello logra las cumbres de la palabra hecha arte. El arte es extrañamiento.
Óscar Casavalle, Madera y piel
De su poemario Palabras de soslayo:
Ceguera
Diciembre no es un mes
Para versos.
La lluvia ciega
la memoria
y las ganas de creer.
Un eclipse de cuchillos
Desaparece la palabra.
Ínsula
Una temporada en el deseo
Es aprisionar las horas
En la ínsula marchita
De la espera
Y perfilar un mundo paralelo
En el que dibujas tu rostro de domingo
Con la camisa nueva
Y la precariedad cotidiana colgada
De tu hombro.
Libuse Ladianská, sin título
Declive
El tiempo es una espada
Perversa
Anclada en los ojos
Maldita constancia
De primavera en declive.
Mi deseo abierto en canal
Es una flor marchita.
Ocultamientos
La soledad es una mancha sonora
En los atardeceres deslumbrantes
De otoño.
Sombría deambulo por el mundo
Para ocultarme en un sótano lejos
De la vista.
Anhelo la calma de un río
Abandonado
Mientras remuerdo el misterio
De los días.
Óscaer Casavalle, La pensadora
Presagio
Vivo un tiempo de andamios rotos
—teclados oscuros en el paso
de las horas—.
El cuerpo se fragmenta
Impotente
En las herrumbrosas noches
Al filo del insomnio.
En este tiempo de agujas
Y gritos metálicos
Presagio tu voz
Tus manos
Tu sexo rotundo.
Contemplación
Te confinas en una espiral
De negaciones
Para encerrar el mundo
En el puño de tu mano.
Gimes sin que nadie adivine
La anchura de tu pena
Mientras ves pasar,
Junto a tu puerta,
El cadáver triste de los días.
Mara Light, Study in Black
Vicio
Quiero fraguar un corazón
Con el silencio y languidez
De la luna encantada
Y las promesas de añejos
Retornos;
Con el veneno de un amor
Oscuro,
Ponzoña destilada por ángeles
perversos.
Inercias
Es media noche en el pan
Sin deseo
Costra de mis nítidos desvelos.
Media noche en el cuerpo plagado
De orfandades
En este espacio sin dientes,
Sin formas
Sin mañanas.
Tiempo carcomido por la inercia
Cotidiana
En que mueren impunes
Los segundos.
Mara Light, sin título
Ebriedad
Las risas y los guiños exiliados
La inocencia desterrada
Y la nobleza líquida
En las manos.
¡Qué ardientes eran las noches de abril!
Las visiones en agonía
Bajo un cielo púrpura y oro
Y una melodía para calmar los
ímpetus
y la impotencia plena.
¡Apurábamos la ebria primavera
del tiempo!
Libuse Ladianská, sin título
Derrota
No me sigas hombre
Del espejo,
Figura vencida en el filo
De los días.
Tus manos de guerras
Y heridas
No hablan de conciertos
Ni de cigarras en el árbol
Del camino.
Coge tu espada
Y mira hacia los bosques
Allí el alba te espera.