Si no hubiera guerra, ni humo que cubriera de ceniza el campo

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Reseñas de libros Creado: Sábado, 10 Marzo 2018 11:55

Acerca de En Tierra, el pájaro olvida cantar/A Terra, L'Ucello Dimentica di Cantare  de Luisa Fernanda Trujillo Amaya:

Rafael Editore, Rimini 2017, 100 pg.

 

No es frecuente que un poemario impacte de forma tan profunda y completa como lo hace el libro En tierra, el pájaro olvida cantar de Luisa Fernanda Trujillo Amaya.

La poesía, como género, siempre íntima y personal -como debe ser-, vive aquí uno de sus mejores momentos. La poeta Trujillo se inscribe, sin recato, en una larguísima tradición mística reservada a los poetas, héroes, religiosos e iniciados más elevados: aquella que los pone en diálogo directo con el canto de las aves. Parece no existir tradición mítica, épica o religiosa donde un héroe -o para el caso, un místico o un poeta- logra, a través del sacrificio, la introspección, el ayuno, la oración o la derrota del monstruo, la claridad espiritual para entender el secreto y misterioso canto de las aves.
En Los Nibelungos, el héroe Sigfrido, tras matar al dragón Fafner, cocina su corazón y en el proceso, una gota de la sangre de la víscera del monstruo -quien ha sido hasta entonces el guardián del anillo de los Nibelungos- cae en su boca. A partir de ese instante Sigfrido adquiere el don de entender el canto de las aves.
En el catolicismo san Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila, santa Hildegarda de Bingen, entre muchos de sus místicos más insignes, llegaron a ese estado superior. En el sufismo, el poeta Farid ud-Din Attar escribió el célebre poema en diez mil versos La conferencia de los pájaros, que da cuenta como las aves, buscan a su propio rey para que les dé respuesta a sus más profundos interrogantes., En realidad se trata de una alegoría al conocimiento interior. La respuesta jamás está por fuera del ser humano, es en lo más recóndito de su alma donde puede encontrar repuesta a sus preguntas más existenciales.
Entre los poetas modernos, Vicente Huidobro, con su célebre poemario Altazor, se inscribe en la misma tradición. El viaje que recrea el poeta en la obra culmina con un crípitico (pero hermoso) Canto VII, en donde entra en comunión con el canto de las aves.
Por supuesto llegar a esas latitudes en donde se roza lo sobrenatural es labor ardua e ingrata. No podría ser de otra forma, mucho menos en épocas modernas en done todo suele estar al alcance de todos, en la vulgarización de la cultura, el conocimiento y la espiritualidad "ready-made".
El libro de Trujillo (A terra, l'uccello dimentica di cantare) ha sido recientemente publicado en una pulida y magnifica edición bilingüe italiano-español por Raffaelli Efditore, en traducción de Emilio Coco, un luminoso editor que dedica hoy día su vida a "pescar" grandes voces en español y verterlas al italiano.
A Trujillo no le ha llegado el don en un curso de un fin de semana o a través de una app descargado en su celular. Todo lo contrario. Es a través de la más penosa y difícil prueba que puede vivir el ser humano, el diagnóstico, tratamiento, sufrimiento y agonía del padecimiento de un mal artero que arrincona la salud y acecha la vida; así, de manera sombría ella comulga la gota de sangre del dragón Fafner y la recibe en sus labios, en su lengua, en su boca para entrar al diáfano mundo de los iniciados en esta tradición.
Trujillo tiene que soportar los días que se llueven a pedazos, las mañanas que asedian los refugios de su habitáculo, y la tarde añosa que se bate a ciegas con su propia vida para poder traspasar el umbral de la poesía devenida en canto de aves. Su lucha no es de ayer, es necesario haber prendido el fuego a la memoria, volverla ceniza y hacer de cada paso el bálsamo para recorrer, una y otra vez, todos los meses, en un ir y venir, quiz´ñas no son mñas de cinco cuadras, pero de agonía y penuria, los nefastos (y a la vez esperanzadores) tratamientos químicos en el cuerpo para poder observar el vuelo de las aves que ofrendan sus alas y pierden su canto en los atajos de la vida. El agotamiento, el cansancio, eleva sus peldaños y compacta el mundo en un ladrillo; la vida, tan sólida y tan efímera, se siente cada vez que se pisa el pavimento para ir y venir en ese eterno viaje de ida y regreso.
Esta poesía dialoga con la vida y la muerte, en cada estrofa, en cada verso, en cada palabra recordada como un mismo y eterno adiós. Esta poesía lamenta al pájaro muerto, aquel que "copulaba con el viento en la mañana", el mismo que en las mañanas picotea contra la ventana de la poeta, que ha perdido su Norte, y que ya hoy, exangüe, se desvanece en plumas desmadejadas sobre el frio pavimento. Al abrir la ventana, está allí, helado, quemado por el frío de la madrugada, el sereno ha congelado sus ojos, su pico astillado apunta a la ventana, al interior de la vivienda, de la vida que se escapa.
A veces las guerras y las batallas no se libran en campo abierto. A veces, como en el caso de Trujillo, se dan en la propia casa, en el cuerpo que entra en conflicto con él mismo. La guerra, entonces, en este caso, ha llegado a ella, como en la noche se da una toma clandestina de un pueblo remoto, una guerra que no da cuartel y que llega sin anunciarse, justo en el momento de los besos con el amado, justo en el momento en que se apresta la amante a dormir desnuda en los pastizales.
Y, con todo, la batalla no es solitaria. La guerra no es una sola. Hay otras que ya se han perdido. La guerra es amplia y llega a todos, incluso al ser más amado y se lo lleva; se lo lleva de la manera más agobiante; aquella que no da confirmación de los hechos, aquella que obliga a la espera, "esperé tanto y por tanto tiempo, que perdí la cuenta de los días", una espera llena de esperanza, que se torna cada vez más pequeña, en donde las veladoras se van apagando sin ilusión y sin tiempo, de la misma forma que se apaga el fuego que alguna vez vivió en los ojos del amor.
¿Es posible respirar bajo la hojarasca, cobijada de humedad? ¿Es posible vivir y ser rastrojo apagado en el canto de las ranas? ¿Es posible sobrevivir el brutal fuego que nos convierte en cenizas cuando se han consumido los recuerdos en secreta complicidad con las hojas? Trujillo afronta estas preguntas con valentía y coraje; mira de frente la vida y la otra vida. Y el resultado es afortunado. El legado que nos deja Trujillo, En tierra, el pájaro olvida cantar, es sublime.
Las aves, con su canto, abren la puerta a esa dimensión sobrenatural tan esquiva a la racionalidad. Con este poemario tenemos de nuevo, como sucede de tanto en tanto, una respuesta clara a la pregunta: ¿Para qué sirve la poesía? Basta leerlo para encontrar una maravillosa respuesta.

 

Philip Potdevin

Tomado de Le Monde Diplomatique, edición Colombia, Marzo 2018

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