Despertar del neoanarquismo para una utopía aquí y ahora

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Artículos y estudios Creado: Domingo, 10 Mayo 2020 18:59

El año que termina puede marcar el fin del Interregno iniciado en 2008
Despertar del neoanarquismo para una utopía aquí y ahora
Philip Potdevin*

No hay que temer en exceso a la multitud
Menelao, en Ifigenia en Áulide de Eurípides


Durante el 2019 el estallido social y las crisis políticas se multiplican por todo el planeta: en Francia, los Chalecos amarillos; en Ecuador, las protestas contra el retiro del subsidio a la gasolina; en Hong Kong, contra el decreto de extradición hacia China continental; en distintas capitales contra gobiernos y líderes renuentes a tomar acciones decididas para reversar el cambio climático; en Cataluña contra la condena a los líderes independistas; en el Líbano contra la corrupción desbordada; en Colombia contra el desconocimiento a reivindicaciones estudiantiles e indígenas; en Chile, contra treinta años de inviabilidad del modelo neoliberal. También ocurren protestas de profunda inconformidad en Honduras, Haití, Egipto, Bolivia.
No se trata solo de manifestaciones callejeras que conducen a veces a actos de violencia y enfrentamientos con fuerzas policiales y militares sino también, de otras formas de lucha contra la dominación. Estas incluyen el hackeo a redes empresariales, públicas e internacionales; el saboteo, desde la legalidad a decisiones avaladas por plebiscitos legítimamente convocados; oleadas de violencia desatada por el crimen organizado –como sucedió en México tras la captura del hijo del Chapo que obligó al gobierno, arrinconado, a su inmediata liberación–; y también, por otro lado, la paulatina adopción por individuos y grupos sociales de estilos de vida que rechazan las convenciones sociales impuestas por una sociedad que no se cansa de expoliar, en su afán utilitarista, al ciudadano común.
La multitud contra el Imperio
Frente a lo que Negri y Hardt denominan Imperio, esa red de relaciones de poder que escapa los limites estatales y constituyen una nueva lógica de poder, se erige la “multitud”, una fuerza capaz de enfrentar a formidables adversarios y de donde surge los “nuevos bárbaros”: amplia categoría que incluye terroristas, mass shooters, fundamentalistas, Isis y, también, inmigrantes, ambientalistas, animalistas, indigenistas, alzamientos populares, megahackers (como Anonymous y Wikileaks), Lgbtiq, Ni una menos, los Sin Tierra (MST), los Indignados, Ocupa Wall Street, 15M, el Frente Pueblo sin Miedo, el Ezln, las Madres de Mayo, nacionalismos y movimientos independistas, entre muchos. Según estos autores:
Lejos de haber sudo derrotadas, cada revolución del siglo veinte impulsó hacia delante y transformó los términos del conflicto de clases, instalando las condiciones de una nueva subjetividad política, una multitud insurgente contra el poder imperial .
Sin embargo, esta “multitud insurgente” ya no obedece a ideologías preconcebidas ni necesariamente tienen pretensiones totalizantes de deponer a gobernantes y asumir el poder, como ocurrió, por ejemplo, en la Revolución de Octubre o en Cuba. La multitud del siglo XXI escapa a lo que Negri y Hardt procuran encuadrar como “multitud contra el Imperio”. Esta es mucho más compleja y difícil de contener bajo una fuerza homogénea o monolítica. La multitud del siglo XXI parece tener claro lo que quiere y lo que no quiere: luchar, sí –su vocación de resistencia es ilimitada– contra todo tipo de dominación y, a la vez, defender la diversidad y la singularidad; se reconoce a sí misma, en sus hechos y actos, contingente, no necesaria, pues depende de circunstancias variables que permiten que entre en latencia para despertar tras muchos años o permanecer invisibilizada por largos periodos.
La multitud, en su sabiduría colectiva, tiene una evidente y aguda percepción de la injusticia, así como de la autoconsciencia para resistir la dominación. Por ello, conceptos como singularidad, libertad, autonomía y lucha contra la dominación son consustanciales a ella. De allí que no es difícil evidenciar que estamos ante una nueva forma del anarquismo esbozado en el siglo XIX por Proudhon, Kropotkin, Bakunin y otros.
¿El fin del Interregno?
Boaventura de Sousa Santos bautizó esta época como el ‘Nuevo Interregno’ , periodo que se inaugura con la crisis financiera del 2008-2011. Este Interregno sucede al neoliberalismo que reinó rampante entre la caída del Muro de Berlín en 1989 y la crisis financiera citada; una época marcada por la globalización, los tratados de libre comercio y el ventilador inflacionario del Banco Mundial y del FMI. Pero el sociólogo portugués, ni aun en el 2018, se atreve a pronosticar cuánto más durará: “todavía no se ha definido el nuevo mundo que le tomará [al neoliberalismo] el relevo” .
En este Interregno se han dado una serie de hechos (análogos a lo que Gramsci llamaba ‘fenómenos mórbidos’) como el agravamiento sin precedentes de la desigualdad social; la intensificación de la dominación capitalista, colonialista (racismo, xenofobia, islamofobia) y heteropatriarcal (sexismo) traducida en lo que llama fascismo social; el resurgimiento del colonialismo interno en Europa con Alemania como potencia dominante; el golpe judicial-parlamentario contra Dilma Rouseff (y contra la candidatura de Lula da Silva en 2018); la salida unilateral del Reino Unido de la Unión Europea; la renuncia a las armas de la guerrilla colombiana y los múltiples contratiempos a la puesta en marcha del Acuerdo de Paz; el colapso del bipartidismo centrista en países como Francia, España, Italia y Alemania; el surgimiento de partidos nuevos, como Vox y Podemos en España, por solo mencionar un país; la constitución de un gobierno de izquierdas en Portugal basado en un entendimiento entre las distintos partidos de izquierda; la elección presidencial de hombres de negocios multimillonarios como Trump, Macri y Piñera –con poca o nula experiencia política– dispuestos a socavar la protección social que los Estados han garantizado a las clases sociales más vulnerables; el resurgimiento de la extrema derecha en Europa; la infiltración de comportamientos fascistas en gobiernos democráticamente elegidos como los Estados Unidos, Turquía, Rusia, Hungría, Filipinas e India; la intensificación del terrorismo yihadista; la mayor visibilidad de manifestaciones de identidad nacional y de los pueblos indígenas; el colapso de gobiernos progresistas latinoamericanos que procuraban combinar el desarrollo capitalista con la mejora del nivel de vida de las clases populares; la agresividad contra Palestina por parte de Israel… La enumeración es interminable.
Pero ante lo anterior, lo que vemos es que el año 2019 pasará a la historia, seguramente, como aquel que marcó el fin, o al menos el comienzo del fin, de ese Nuevo Interregno y dio inicio a un período más turbulento y difícil de precisar en moldes conocidos.
Renovación y resurgimiento del anarquismo: el neoanarquismo
Una perspectiva para intentar entender la época actual desde la multitud, y dentro de ella, con la aparición de “los nuevos bárbaros”, es el resurgimiento de un tipo de anarquismo. Desde fines del siglo anterior autores como Chomsky (2005, 2015), Gee (2003) , Ibáñez (2014) y Graeber (2002) insisten en el resurgimiento y renovación del anarquismo, lo que algunos llaman neoanarquismo y otros, como Hakim Bey (1987) , Todd May (1994) y Lewis Call (2002) postanarquismo. Tomás Ibáñez, uno de los más lúcidos analistas actuales de este fenómeno, habla tanto de un resurgimiento como de una renovación del fenómeno anarquista .
En primer lugar, enfatiza que este nuevo anarquismo es una “realidad constitutivamente cambiante” y no simplemente la expresión de situaciones coyunturales. Por ello, el neoanarquismo del siglo XXI no puede ser igual o similar al del XIX o del XX. Que sea constitutivamente cambiante se debe a la simbiosis entre la idea y la acción como lo expusieron en su momento Proudhon y Bakunin: la idea tiene un valor práctico, pues nace en un contexto de acción y está dirigida a producir efectos prácticos a través de la acción que, a su vez, suscita. El marxismo, a diferencia, parte de una serie de textos analíticos y programáticos que buscan dirigir la acción. El anarquismo pretende, recordemos, ser un conjunto de prácticas en cuyo interior se dan ciertos principios, que a la vez se constituyen por medio de la acción, nacen de ella y la orientan.
En segundo lugar, el neoanarquismo aparece como una refutación a la lógica de la dominación, indistintamente el plano en que esta se desarrolle. Es en el interior de las prácticas de lucha contra la dominación donde se engendra y por ello es evolutivo, de acuerdo con cada época y los hechos que lo determinan. Dado esto, las nuevas formas de dominación que se dan hoy, a través de formas económicas, políticas, sociales, tecnológicas y culturales engendran nuevas formas de resistencia. No es que los movimientos de resistencia se inventen a sí mismos, sino que se conciben y modifican permanentemente para encontrar maneras de oponerse a las nuevas realidades de dominación.
Es posible decir que el resurgir del anarquismo, obedece, entre muchas razones, por una parte, a la aparición de las Nuevas Tecnologías de Información y Comunicación, NTIC, que paradójicamente, a pesar de ser, en últimas, dispositivos de control, vigilancia e intromisión a la intimidad y privacidad –en una palabra, de alienación–, ellas a la vez abren la puerta para ser aprovechadas por aquellos a quienes pretenden dominar. De ello habla, por ejemplo, la masiva capacidad de convocatoria que brindan las redes sociales; factor de sorpresa y éxito para las rápidas acciones de protesta.
Y, por otra parte, es la propia proliferación del poder (tan bien esquematizada por Foucault) y su reconceptualización lo que permite al anarquismo desenmascarar los numerosos daños que el poder impone a la libertad, así como también deslegitimar y desmantelar los dispositivos de poder. Es decir, el anarquismo se erige como ideología y pensamiento de la crítica del poder. Es allí donde el anarquismo resurge –a diferencia de otras ideologías emancipadoras coetáneas del siglo XIX que dan al asunto menor importancia–, con vigorosa actualidad y presencia como forma de oposición a la dominación; en otras palabras, la vigencia del anarquismo está garantizada como una voluntad de crítica, de confrontación y de subversión de las relaciones de poder.
Una disputa contra ese poder que está omnipresente en la vida cotidiana del siglo XXI y ejerce sobre el individuo una presión como nunca se había visto: los ahorros, el ocio, la salud, el alojamiento, la educación, los cuidados prestados o recibidos son todos lugares colonizados por el poder. Nuestra vida ha sido absolutamente mercantilizada. Incluso, asuntos de la esfera más íntima del individuo, como la felicidad (en el trabajo o en casa), la espiritualidad, el pensamiento, las creencias y los valores son hoy intervenidos y moldeados gracias a sofisticados algoritmos de predicción que sirven para la vigilancia y control; el individuo, en todas sus dimensiones es objeto de dominación.
Por lo anterior, es que este siglo ha dado, con sus practicas de control y dominación, el lugar para que se renueve y resurja el anarquismo en su forma de neoanarquismo. Pero también puede analizarse desde el postestructuralismo.


¿Neonarquismo o postanarquismo?
Bey, May y Call, dieron forma teórica, entre 1987 y 2002 al postanarquismo, una interpretación para repensar el anarquismo desde el posestructuralismo. En ese sentido, el postanarquismo parte, al igual que el anarquismo, de las prácticas de lucha contra la dominación, pero cambia a medida que esas prácticas evolucionan. De nuevo se confirma la indisolubilidad entre idea y acción, entre teoría y práctica; el postanarquismo engendra nuevas ideas cuando encuentra nuevas prácticas, manteniéndose en permanente renovación .
El anarquismo, afirman estos autores, es necesariamente posmoderno, gústele o no a otros, dado que permanece siempre fiel a su decisión de combatir la dominación en todas sus formas; en segundo lugar, por cuanto la dominación muta permanentemente sus formas de presentarse y, en tercer lugar, porque el anarquismo mantiene unidas las formulaciones teóricas a las formas de lucha. Es decir, el postanarquismo se adapta a las características del presente.
No han faltado críticas a esta concepción desde el anarquismo más ortodoxo. Mientras una tendencia dice que en realidad anarquismo y postanarquismo son la misma cosa, y que este último no es más que una suerte de “pose” política, la otra acusa al postanarquismo de hacerle el juego al neoliberalismo que desvía al anarquismo de las luchas ancladas en el mundo obrero.
Hay otros, como menciona Ibáñez, que hablan de un “anarquismo extramuros”, aquel que nace y se gesta por fuera de las bases teóricas y los entornos tradicionales donde ha germinado siempre el anarquismo.
La utopía está viva
Bien sea que se hable de neoanarquismo, de postanarquismo o de anarquismo extramuros lo importante resulta observar cómo los tiempos actuales evidencian un anarquismo que resurge renovado como una forma legítima de lucha contra la dominación que se reproduce de manera fractal en virtud del modelo neoliberal y de sus nuevos y múltiples dispositivos de poder.
El imaginario popular mantiene vivo la movilización de los afectos para alimentar el sentimiento de comunidad y de luchar por una vida mejor ahora. En la medida que la sociedad y, específicamente las clases media y popular despiertan y pierden el miedo –como sucede en Chile– se lanzan a las calles por el ideal libertario de la utopía, pero una utopía racionalizada como incitación a la lucha y no como proyecto. Es decir, una utopía no para el futuro de generaciones venideras sino para un aquí y ahora; una utopía, así suene contradictorio, para el presente, un neoanarquismo que, a través de sus formas de lucha ofrezca razones para vivir hoy de un modo diferente. Por ello el neoanarquismo seduce a las generaciones jóvenes que se ven abocadas a un no-futuro que impone hoy el poder en sus múltiples formas de dominación (el hiperconsumismo, el endeudamiento, el desempleo, el entretenimiento alienante) bien sea desde el neoliberalismo o desde otros modelos, a veces híbridos, a veces velados, de totalitarismo que emergen y buscan consolidarse en el siglo XXI.
Sin embargo, y esto es importante. desde la visión postestructuralista y posmoderna, el neoanarquismo abandona toda pretensión totalizante y hegemónica; no busca imponerse sobre otras formas de lucha o siquiera, de vida; el neoanarquismo es relativista y no absolutista ni esencialista; postmoderno y no moderno. No pretende erigirse como modelo a seguir ni a imponerse frente a otras alternativas. El neoanarquismo es capaz de coexistir, en sus pretensiones libertarias, con otros modelos; es pluralista y abierta al diálogo.
Por otra parte, las dinámicas de poder y dominación, cada vez más invasivas, son a la vez, sensibles a variadas formas de resistencia cada vez más frecuentes, vehementes y diversas como se ve en lugares tan apartados y disimiles como Hong Kong, Líbano, y, no casualmente Latinoamérica: Bolivia, Chile, Haití, Colombia, Argentina, Venezuela y Chile.
El neoanarquisimo, a diferencia, quizás del anarquismo del siglo XIX y de la primera mitad del XX, no peca de ingenuidad. Por ser hijo de la posmodernidad y del postestructarlismo, se aleja de querer convertirse en ideología legitimadora de la modernidad y de las concepciones esencialistas de la naturaleza humana. El neoanarquismo acepta y respeta la singularidad, la diversidad, las diferencias de la sociedad; contra lo que lucha, no sobra insistir hasta el cansancio es contra la dominación y busca sacudirse de todo lo que asfixie, limite y coarte la libertad, la dignidad y el estilo de vida que merece el ser humano.
Lo que viene tras el Nuevo Interregno
Bien puede ser que el 2019 y 2020 marquen el fin del Nuevo Interregno señalado por Boaventura de Sousa Santos. Las manifestaciones callejeras y las crisis políticas se seguirán dando, así como también acciones menos conspicuas como las urdidas desde las NTIC; pero también los saboteos a los mecanismos de poder urdidos desde el interior de los mismos Estados como ocurre, por ejemplo en Venezuela, con la autoproclamación de un “presidente interino”, en Perú con la disolución el Congreso y en Gran Bretaña con la dilación indefinida desde el Parlamento al Brexit. Estamos en el amanecer de un período difícil de etiquetar, pero imposible de soslayar o de creer que se trata de hechos aislados e inconexos.
Los gobernantes y las clases dominantes han sido tomados por sorpresa. Se repliegan; acuden a invocar el imperio de la ley y el Estado de Derecho; rechazan la violencia, y los desmanes de los “nuevos bárbaros” sin reconocer que las medidas, sistemas y modelos que ellas han impuestos son las que han propiciado la reacción de la multitud. El reversar o postergar las medidas, como sucedió en Francia, Hong Kong, o Chile, resalta su insuficiencia para calmar los ánimos de la multitud; ni siquiera el arrepentimiento público como el de Piñera, quien pasó, de un desafiante “estamos en guerra contra un enemigo poderoso” a, un par de días más tarde, “[…] no fuimos capaces de reconocer esta situación en toda su magnitud. Esta situación de inequidad, de abuso, que ha significado una expresión genuina y autentica de millones de chilenos. Reconozco esta falta de visión y le pido perdón a mis compatriotas”. Pero, más allá de la contrición el modelo neoliberal que él lidera no ha sido modificado ni un ápice.
Marta Lagos, directora de la encuesta Latinobarómetro, en entrevista de la BBC afirma, con ocasión a la Revuelta de Octubre: “Aquí no fracasan los gobiernos; están fracasando los Estados… está el declive de la democracia que se produce por un declive de las élites. Y por otro, la demanda ciudadana de garantías sociales… El 70 por ciento de la región dice: "Por favor, gobiernen para las mayorías".
Es así como el Nuevo Interregno ha dado paso al costado para que despierte la multitud que lucha, en cada lugar, y según sus circunstancias, por la libertad, por las garantías sociales (el derecho a la educación, salud, salario digno, seguro de cesantía), por las condiciones de vida, por menor desigualdad, contra la corrupción, en contra de las democracias deficientes y, en últimas, por el sueño invencible de una utopía, aquí y ahora.
* Escritor y miembro del Consejo de Redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia

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