Alejandra Pizarnik o la muerte y la doncella: Te queremos tanto, Alejandra

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Otros artículos Creado: Martes, 08 Agosto 2017 16:47
Alicia:
Sólo vine a ver el jardín
Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carrol


Para la generación que conoció la obra poética de Alejandra Pizarnik después de su muerte, ocurrida el 25 de septiembre de 1972 tras varios intentos fallidos de suicidio, la lectura de su obra nos pone a la caza de las claves de una vida signada por la angustia.

Es ya un lugar común tratar de encontrar el anuncio de la muerte en su poesía. Sin embargo, su obra es tan rica en símbolos y señales que desborda la lectura inicial en pos de signos fatídicos. Es cierto, la totalidad de su obra, genial, precoz, sincrética y universal está impregnada de la angustia primaria de la pregunta que Camus y antes Unamuno y Kierkegaard entre otros, se plantearon ante la duda de la existencia misma.

Alejandra Pizarnik nace un 29 de abril de 1936 y termina su vida treinta y seis y medio años después, dejando una obra rica y evolutiva, madurada a través de casi quince años y representativa del trasegar de sus días. Allí se encuentran los miedos atávicos de la infancia así como el desespero final de los últimos versos.

No le fue necesario llamar la atención sobre su obra, de manera póstuma, mediante la truculencia del suicidio. Ya desde sus primeras publicaciones, a diferencia de otra malograda poeta, la norteamericana Silvia Plath, encuentró el reconocimiento de autores de la talla de Julio Cortazar, Octavio Paz y Jorge Gaitán Durán. Este último, con su tino para detectar y reconocer la gran literatura, la acoge en las páginas de Mito y publica en el número siete de 1961, fragmentos de los diarios correspondientes a los años 1960 y 1961. En uno de las entradas al diario, Alejandra formula una paráfrasis a la pregunta que Camus se plantea al inicio de El mito de Sísifo. Dice, de manera premonitoria: “El más grande misterio de mi vida es éste: ¿Por qué no me suicido? En vano alegar la pereza, mi miedo, mi distracción. Tal vez por eso siento, cada noche, que me he olvidado de algo.”

El reconocimiento internacional le abre las puertas y comienza a cartearse y alternar con la intelectualidad latinoamericana del momento. Entrevista a Jorge Luis Borges, a Juan José Hernandez a Roberto Juarroz. Es amiga personal de poetas como Enrique Molina y Olga Orozco, quienes la introducen al surrealismo de Michaux, Breton y Artaud. Colabora en revistas especializadas como Cuadernos Hispanoamericanos de España, Sur de Buenos Aires, Zona Franca de Caracas y Mito de Bogotá, entre otras.

Su obra está contenida en los libros de poesía y prosa poética: La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956), Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Las aventuras perdidas (1965), Extracción de la piedra de la locura (1968) y El infierno musical. Publica además en 1971 un ensayo sobre el sadismo: La condesa sangrienta.
La temática de su obra (admite en una entrevista concedida a Martha Isabel Moia), oscila entre signos y emblemas relacionadas con su infancia, los miedos, la muerte y la noche de los cuerpos. Estos temas se cristalizan en la oposición vida-muerte representados por un lado, por las imágenes del jardín como símbolo del mundo, de la realidad, “solo vine a ver el jardín / ... / no es este el jardín que vine a buscar / a fin de entrar, de entrar, de no salir” y del bosque que es el silencio: “Todo hace el amor con el silencio.
/ Me habían prometido un silencio como un fuego, una casa de silencio” y por otra parte, de la noche y la muerte como representación de la nada y el vacío: “nadie me conoce yo hablo la noche / nadie me conoce yo hablo mi cuerpo / nadie me conoce yo hablo la lluvia / nadie me conoce yo hablo los muertos”. La polaridad no es difícil intuirla: “el deseo de morir es rey”.

Alejandra no hace parte de este mundo: “afuera hay sol / no es mas que un sol / pero los hombres lo miran / y después cantan. / Yo no sé del sol ...”. “Yo muero en poemas muertos que no fluyen como yo / palabras reflejas que solas se dicen. / Ellas me están matando."

Otro eje es el tormento que agobia a la escritora durante su vida pero que apenas se intuye en su obra. Aquel mismo que agobió a Tchaikovsky y apenas dejo traslucir en la Sinfonía No. 6, llamada Patética, de amar a los de su mismo género. En Alejandra es la angustia sáfica “por amor del amor de la otra orilla”. ¿Cómo hace para evadir la confrontación de su realidad? Acude a recursos idiomáticos polivalentes para liberarse de su angustia. Usa el “tú” asexuado, impersonal, ambiguo, que puede ser un “tú” reflexivo o igual un “tú” de segunda persona: “tú que cantas todas mis muertes / tú que cantas lo que no confías”. “Tú hiciste de mi vida un cuento para niños /
en donde naufragios y muertes / son pretextos de ceremonias adorables.”

Alejandra va dejando en sus poemas una estela de dedicatorias a sus amigas: a Olga Orozco, a Ana Becciú, a Elizabeth Azcona, a Josefina Gómez Errázuriz, a Diana... a Jean... a H. M.... con las que quiere compartir su frustración de no poder exteriorizar “la agonía / de las visionarias / de otoño”. Ella reconoce lo que intuía: “háme sobrevenido lo que más temía / no estoy en dificultad. / Estoy en no poder dar más. No abandoné el vacío y el desierto / Tu canto es todo para mí”. Pero calla y busca el silencio. Es el aislamiento el que habla: “Tú haces el silencio de las lilas que aletean/
en mi tragedia del viento en el corazón.
” y en otra parte decide “callar hasta que el silencio, por sí solo deje de manar”.

Ella conoce “la gama de los miedos y ese comenzar a cantar despacito en el desfiladero que reconduce hacia mi desconocida que soy, mi emigrante de sí. Escribo contra el miedo. Contra el viento con garras que se aloja en mi respiración”. El miedo es ella misma: “En el eco de mis muertes / aún hay miedo / ¿sabes tú del miedo? / Sé del miedo cuando digo mi nombre”. El único refugio el miedo es el silencio de la soledad: “deseaba el silencio perfecto / por eso hablo”.

La desolación de Alejandra termina fundiendose, inevitable, inexorablemente en la simbiosis de la noche: “Palabra por palabra, yo escribo la noche” . El sol, símbolo de vida y fertilidad en todas las culturas, se convierte en su poesía en un signo opuesto a la fertilidad: “la luz solo existe en la nostalgia de la noche... se cerró el sol, se cerró el sentido del sol, se iluminó el sentido de cerrarse”. El sol es ausencia de noche. La noche es ausencia del sol. El sol es para los otros y
Aquí se traspone el eje vida-muerte en la oposición sol-noche. Es el aislamiento el que le abre el camino a la inspiración que busca bajo “el negro sol del silencio... toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo para buscar a quien me busca.
”

La muerte tan ansiada la invoca, la llama: “Llévame / llévame entre las dulces sustancias / que merecen cada día en tu memoria”. Alejandra se proyecta más allá de su muerte y mira su vida retrospectivamente para identificarse con la infortunada Janis Joplin, a quien dedica un poema para decir “gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia. / eso hiciste vos, eso” “hiciste bien en morir. / por eso te hablo, / por eso me confío a una niña monstruo”.
“Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó / pues al mirar quién me aguardaba
no vi otra cosa que a mí misma.” “Tú que cantas todas mis muertes / tú que cantas lo que no confías”.

Sintetizar el significado de la obra de Pizarnik no es fácil. Además, no es necesario. Basta abrir en cualquier página uno de sus libros para ver vertido, en el minimalismo de un dístico o de un terceto, toda su poesía: “Cuando la noche sea mi memoria / mi memoria será la noche” o si no: “Esta lúgubre manera de vivir / esta recóndita humorada de vivir / Te arrrastra Alejandra no lo niegues”.

O quizás uno de los mas totalizantes:
“alejandra, alejandra
debajo estoy yo
alejandra”

Recogiendo el punto de vista de Octavio Paz la actividad poética tiene por objeto las palabras mismas, el lenguaje y no su significado. La experiencia del poeta es la tonalidad verbal. No hay que buscar el sentido fuera del poema pues está ahí mismo, no en lo que dicen las palabras sino en la relación entre ellas mismas. He allí quizás el gran logro de Alejandra, pues el ritmo, la musicalidad (grave y en tono menor) de sus poemas justifican todo su peregrinaje y la conservan entre las mejores voces de nuestra época.

Sin embargo a los veinte años de su muerte es poco leída. Sus obras no se consiguen y circulan sólo algunas antologías en cuadernillos que no logran hacerle todo el honor que merece. Existe solamente un inventario, mal contado aquí y allá de fans (que algunos acusan a la vez de cortazarianos) que a hurtadillas, después de apagar las últimas luces de la casa y con la luz tenue de una bujía sobre la mesa de noche, léen con nostalgia a Alejandra. Alejandra, Alejandra, te queremos tanto Alejandra.

Cartagena, 27 de abril de 1992

Este artículo escrito hace 21 años, mantiene su vigencia, salvo el hecho que hoy día la Pizarnik es mucho más leída que entonces y que su obra está disponible en múltiples portales de Internet.

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