El lenguaje alucinante de Césaire en Cuaderno de un retorno al país natal

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Reseñas de libros Creado: Martes, 08 Agosto 2017 13:39 Entre mis grandes placeres está el descubrir grandes textos escritos hace muchos años pero que por cualquier razón, han pasado desapercibidos o ignorados por mi. Adentrarse en un libro de estos, bien sea por sugerencia de algún amigo o por la mera casualidad o el azar, es la experiencia maravillosa de revelar un mundo desconocido hasta entonces.

Dicha situación acaba de suceder con un largo poema que me ha dejado abismado. Cuaderno de un retorno al país natal, de Aimé Césaire, oriundo de Martinica, es un poema que llevo un mes degustándolo de sorbo en sorbo, de verso en verso, de imagen en imagen. Debo reconocer que ha sido el poeta mayor Juan Manuel Roca, quien me ha sugerido esta obra, en medio de una amena conversación en torno a la poesía raizal de nuestro continente.
Escrito en 1939, pasó desapercibido por el Olimpo francés, no sólo por haber irrumpido como una sorpresa su lenguaje, su calidad y su origen ­–un poeta joven, negro, proveniente de una olvidada colonia antillana­ que habla de un pasado y un presente que pocos franceses quieren enfrentar o reconocer – sino también porque en los meses que es publicado de manera fragmentaria en la revista Volonté, Europa se asoma al abismo de la guerra mundial provocada por Hitler.
Césaire sorprende a Breton, a Sartre y a los surrealistas franceses con un poema descomunal sobre su raza, una raza que busca tender puentes con el África raizal, con los poetas de Senegal, Dahomey, Costa de Marfil y los demás lugares de la costa occidental africana de donde provienen muchos de los esclavos que poblaron durante siglos las colonias británicas, españolas y francesas de América.

El cuaderno de un retorno es el grito prolongado que se desplaza entre la rabia inveterada contra los franceses dominantes de las colonias y la rabia por la indolencia de la propia raza que se entrega, sumisa y desalentada, al vapuleo, a la denigración, a la explotación inmisericorde de los amos blancos. El poema es un canto a la negritud, quizás el más bello canto que se le haya hecho a esta raza, es una alabanza al ser negro, al sentirse negro, al orgullo de su color: “negro, negro, negro, desde el fondo del cielo inmemorial”, clama como en un desierto Césaire, cuando muchos de sus hermanos, irónicamente a lo que aspiran es a blanquear su raza para alejar el innegable ancestro africano.
Césaire yuxtapone y hermana lo sublime con lo execrable, la belleza con la violencia., lo maternal con lo brutal.

¿Quiénes y cuáles somos? ¡Admirable pregunta!
A fuerza de contemplar los árboles y mis largos pies
De árbol han cavado en el suelo anchos
Sacos de veneno altas ciudades de osamentas
A fuerza de pensar en el Congo
Me he convertido en un Congo rumoroso
De bosques y de ríos
Donde el látigo restalla como un gran estandarte
El estandarte del profeta
Donde el agua hace
Lkuala-likuala
Donde el relámpago de la cólera lanza su hacha
Verdosa y domina a los jabalíes de la putrefacción
En el hermoso lindero violento
De las ventanas de la nariz.

Césaire es un revolucionario, un inconforme, un acusador que señala aquí y allá a todos, propios y ajenos que han contribuido a la debacle de una raza que parece haber perdido toda dignidad. El poeta desea cambiar el status quo, y lo logra, pero no mediante la política o la acción, sino mediante el lenguaje, la imagen, el discurso. Césaire es ante todo, un poeta, un poeta de enorme estatura que deja atrás a los más encopetados poetas de la lengua que él habla. Este poeta inaugura una tendencia que se irá consolidando en la medida que su siglo avanza y es la que las mejores letras francesas surgen de escritores nacidos en ultramar, no en suelo continental.

La imagen en Césaire no tiene límites, la forma tampoco. El poema pasa de la prosa al verso y del verso a la prosa con una frescura estupenda. El lenguaje es escogido, exquisito, educado, quizás es ello lo que incomoda a los primeros lectores franceses que no imaginan que un negro, pobre y desconocido de una insignificante isla antillana sea capaz de ser dueño de tan portentoso lenguaje.

Al final del amanecer, el morro de pezuña inquieta y dócil, -su sangre palúdica arrolla al sol con sus pulsos recalentados.
Al final del amanecer, el incendio reprimido del morro, como un sollozo que se ha amordazado al borde de su estallido sanguinario, en busca de una ignición que se escabulle y se desconoce.
El Cuaderno toca fondo en lo más espeluznante, en lo mas escatológico, en lo innombrable y lo irrepetible, pero desde allí emerge en busca de oxígeno y lo encuentra en un grito de esperanza.

¿Pero que extraño orgullo me llena de pronto?
Que venga el colibrí
Que venga el gavilán
Que vengan los restos del horizonte
Que venga el cinocéfalo
Que venga el loto portador del mundo
Que venga de los delfines una insurrección perlífera
Rompiendo la concha del mar
Que venga una zambullida de islas
que venga la desaparición de los días de carne muerta
En la cal viva de las aves rapaces
Que vengan los ovarios del agua donde el futuro agita
En diminutas cabezas
Que vengan los lobos que pacen en los orificios salvajes
Del cuerpo en la hora en que en la posada elíptica se encuentran mi luna y tu sol.

El lenguaje de Césaire es alucinante, posee un ritmo endiablado que casi no permite respirar ni distraerse en lo más mínimo a riesgo de salir del deslumbramiento y perder la experiencia única de su lectura. El Cuaderno es un poema difícil de agotarlo en una, dos, tres lecturas. Hay algo que obliga a volver a él, a ocuparse una vez más de su ritmo, de su lenguaje, de los cuatro movimientos como una sinfonía en que esta construido pero sin que se vean las costuras entre movimiento y movimiento.


La presentación que hace en la edición en español el también poeta y traductor Agustí Bartra, es iluminadora y además es una excelente introducción al autor y la obra. La traducción es limpia y auténtica como se puede apreciar en la edición bilingüe de la Biblioteca Era que data de 1969. No tengo la menor duda que volveré una y otra vez a leer este libro con ilusión, admiración y veneración.

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