Philip Potdevin nació en Cali en 1958. Es el nieto de Heinrich. Es escritor. Autor de una novela de belleza singular: Metatrón.
Heinrich Potdevin salió en 1919 de Alsacia. Iba en busca de América con dos amigos en el mismo buque. Llegó a Cuba y hacía mucho calor para quedarse. Pasó a Veracruz y los revolucionarios mexicanos confiscaron sus bienes.
En Cartagena la contemplación de la ciudad lo hizo quedarse. Durante la Primera Guerra Mundial no peleó porque era muy joven y estuvo aprendiendo pastelería.
Fue el aprendizaje que le salvó la vida años después, ya que en Colombia consiguió con su arte de pastelero un primer empleo como chef en la cocina del Club Cartagena. Luego pasó a ser jefe de cocina ambulante en la construcción del oleoducto de la Tropical Oil Compañy. El oleoducto se construía en los dos sentidos, de Cartagena a Barrancabermeja y viceversa. Los dos tramos se encontrarían en algún lugar del Magdalena Medio entre 1920 y 1930. Heinrich Potdevin no imaginó que tras cada decisión tomada estaba modificando en el futuro la vida de sus descendientes.
Es algo que nadie puede saber, la verdad. Philip Potdevin nació en Cali en 1958. Es el nieto de Heinrich. Es escritor. Autor de una novela de belleza singular: Metatrón. La novela, premiada en 1994 con el premio Nacional de Colcultura, nació también de una decisión azaroza que modifica o condiciona el futuro. Potdevin fue con una amiga a ver los 12 arcángeles que se exhiben en la iglesia principal de Sopó, Cundinamarca. Dice que la experiencia de verlos no fue de carácter religioso sino de naturaleza mística y sensual. Porque esos arcángeles no son cuadros que estén hechos para la devoción sino para el placer sensual. Ese día comenzaron las preguntas. Pero a cada respuesta sucedía una nueva pregunta. ¿Quién los pintó? ¿Por qué de ese tamaño para una iglesia dominica de la sabana que era simplemente una encomienda de indios? ¿Por qué los encajes en las piernas? ¿Por qué nadie sabe nada del maestro que los pintó si su trazo es mejor que cualquiera de la escuela de Sevilla, la quiteña o la del Cuzco, y muy superiores a otros cuadros de arte religioso como los pintado por Vásquez de Arce y Ceballos o los Figueroas? ¿Por qué son doce arcángeles? ¿Por qué si en la Biblia figuran solo cuatro? ¿Cómo pudo tener noticias de los doce arcángeles de la cábala judía un pintor de América equinoccial? ¿Por qué los conservaban justamente los dominicos que eran los inquisidores y guardianes de la fe?
Pocos días después, su amiga murió. Esa muerte y ese viaje eran ya el origen de la novela. Los personajes se llaman igual que los personajes de La insoportable levedad del ser, trampa de la memoria y homenaje involuntario a Kundera que es una prueba de que las lecturas que te han marcado te cambian la forma de pensar. Franz y Sabina viven sus últimos días de amor en la sabana de Bogotá porque ella ha venido a Colombia para despedirse. Tiene una enfermedad terminal pero no le confiesa a Franz que morirá. La novela avanza haciendo cómplice al lector de dicha despedida, porque el lector y el narrador y Sabina saben que ella morirá pero Franz no, y eso hace aún más nostálgico cada momento del itinerario, cada segundo vivido que se escapa irremediablemente. Por otro lado, están los investigadores de arte barroco que buscan develar el misterio de los cuadros y el padre Matías, una suerte de padre Brown que es guardián del secreto. Doce monólogos con la voz barroca del maestro pintor enamorado de su modelo andrógino completan el coro de personajes.
La androginia es la confluencia de dos formas de ser, dice Potdevin: lo masculino y lo femenino, y el ángel es el mensajero o puente entre lo divino y lo humano. La novela oscila entre lo divino y lo humano, entre el lenguaje barroco y el lenguaje moderno. Es una novela que en la hipótesis sutil de una divinidad revelada por la sensualidad, coincide con las condiciones que señala el autor para que haya erotismo: una prohibición que enciende un deseo que provoca una transgresión. Escribió la novela para dar explicaciones literarias a un enigma del arte colonial. Escribió la novela para cifrar sus propios viajes y sus obsesiones y sus trasgresiones. Escribió esa novela como homenaje al viaje con su amiga muerta. Escribió esa novela porque un pintor anónimo dejó doce obras maestras del arte religioso que hoy están en la iglesia de Sopó. Escribió esa novela porque su antepasado entró a la pastelería de Alsacia y modeló su primer strudel de manzana sin saber que cada decisión tomada altera toda la cadena de la vida, del mundo, del arte.
Por Daniel Ferreira
Tomado de Crónica del Qundío, 3 de julio de 2016