Voces áureas (traducción de Philip Potdevin)

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Mis publicaciones Creado: Lunes, 21 Agosto 2017 12:23

Las Voces Áureas compendian en hermoso lenguaje poético, una serie de principios éticos de gran sencillez. A la par del Libro del Camino (Tao Te King) de Lao Tse, el texto de Pitágoras es uno de los libros fundamentales de nuestra civilización. Su contenido resplandece por su renovada vigencia y, más aún, por el lenguaje sucinto y preciso en que está escrito. Los filósofos producen farragosos tratados de ética, conducta y comportamiento, sobre el manejo del sí mismo y de la relación con los semejantes.

Ninguno dice, con certeza, nada que no esté incluido en estos textos seminales. Sin embargo, las Voces Áureas es quizá el documento más desconocido y olvidado de su género, injusticia que el mismo Pitágoras aceptaría con gusto, dada su humildad y sabiduría.

Pitágoras de Samos, quien vivió en el siglo séptimo antes de la Era Común, definió, al ser humano como microcosmos. El Universo cuenta con la Divinidad, los cuatro elementos, los animales y las plantas. El Hombre, por su parte, posee los poderes del universo, pero menguados, y por ello debemos esmerarnos en el cuidado y cultivo de nosotros mismos. Tenemos la habilidad de razonamiento, pero muy inferior a la que posee la divinidad; compartimos los cuatro elementos de la Naturaleza: tierra, aire, fuego, agua, pero en menor grado; no tenemos la capacidad de nutrición y crecimiento de las plantas ni la posibilidad de sentir ira, ni deseo, en la intensidad de los animales.
Por ello, —dicen las Voces Áureas— el Hombre precisa concentrarse en el cultivo del cuerpo y alma, como camino hacia la purificación y a la sabiduría. Este cuidado se inicia al escoger, cuidadosamente, la pareja con quien se fecundará la criatura, a las condiciones del momento de la concepción y, en general, a todo el proceso gestacional. La negligencia y descuido en estos momentos llevan a tribulaciones y consecuencias irreversibles.
El control de sí mismo es, según Pitágoras, la esencia de la vida sana. «Debemos, a nuestra mejor capacidad, erradicar la enfermedad del cuerpo, la ignorancia del alma, la lujuria del estómago, la sedición de la ciudad, la discordia de la familia y el exceso de todas las cosas». La fama es ruin; la discreción, virtud. En cuanto al temperamento, debemos mantenernos frugalmente alegres en lugar de vivir un momento de júbilo y otro de abatimiento. En los momentos de ira o tristeza, los pitagóricos, discípulos del maestro, aprendieron la sabiduría de retirarse discretamente hasta que el estado hubiera pasado y nunca reprendían a nadie cuando estaban dominados por la ira. Pitágoras enseñó la disciplina de evitar la tristeza, y abstenerse tanto de implorar como de elogiar; y además, a prescindir del reconocimiento individual, pues todo emana finalmente de la Tétrada Divina , que es la suma del saber del Universo. Los deseos del cuerpo son naturales, afirmó, pero requieren constante examen. Todos necesitamos abrigo, alimento, protección y vestido, pero el exceso y lujo en cualquiera de ellos es dañino. En relación al sexo, Pitágoras, al indagársele cuándo era sano practicarlo, es citado que respondió: «En cualquier momento que quieras ser más débil que tú mismo», afirmación arriesgada para cualquier época pero que demuestra la consistencia de su pensamiento. De igual forma era su mesura en cuanto a las costumbres nutricionales, dando igual importancia a la cantidad como a la calidad de los alimentos. Una leve desviación en cualquier de estos aspectos puede causar grandes males, decía. Vegetariano, promulgaba que sus discípulos se abstuvieran de la carne y el vino y se abstenía de todo tipo de gramíneas, como el fríjol, el garbanzo, las judías y las lentejas pues dichos alimentos, de difícil digestión, enturbian la mente.
El limitado conocimiento que tenemos hoy de su pensamiento, se debe, en gran parte, a que no sobrevive ninguna obra original suya y, a diferencia de Sócrates, quien contó con un discípulo como Platón —sabio y escriba, a la vez—, los pitagóricos tenían el mandato expreso de su maestro de no plasmar por escrito ninguna de sus enseñanzas. Las presentes Voces Áureas, fueron recogidas por Lisias, un desobediente discípulo tardío de la comunidad pitagórica y datan, aproximadamente del siglo cuarto antes de la Era Común; sin embargo, no reflejan el pensamiento del escriba sino el del maestro.
Escritas originalmente en 71 versos en griego usando la métrica homérica que luego emplearon filósofos como Empédocles y Parménidaes, la versión que presentamos en esta edición deriva de las traducciones del filólogo y traductor francés, André Dacier, (1651-1722), y del helenista Fabre D’Olivet (1768-1825), ésta última más sintética y pulida que la primera.

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