He descubierto dos magníficos recursos digitales, todo un deleite para quien aprecia tener a su alcance una vasta colección de títulos que de otra manera sólo se pueden conseguir, in integrum, mediante el tedioso proceso de visitar la biblioteca y pedir bien sea el préstamo o leer los libros en sala cuando son de consulta reservada.
La Biblioteca Ayacucho Digital es un regalo deslumbrante para el lector interesado en esta vasta colección que se viene publicando en físico, desde hace más de treinta años. ¿Quién de nosotros (me refiero a escritores y lectores de mi generación) no tiene en su biblioteca varios volúmenes de esta colección? En mi caso poseo, entre otras, las obras de Macedonio Fernández, José Asunción Silva, José Ramos Sucre, la Poesía Mexicana Antigua y la obra de Lezama Lima. No había oportunidad, hace unos años, en que yo visitara Caracas y no trajera un par de ejemplares de los temas o autores que me interesaban en el momento. En Bogotá se consiguieron muchos de los volúmenes de la Biblioteca pero hace tiempo no los volví a ver en librerías. ¡Cuál no sería mi sorpresa al encontrar, hace un par de semanas, que existe desde hace cinco años la Biblioteca Ayacucho Digital con cerca de doscientos volúmenes publicados! No aparecen, es entendible, los títulos que tienen aún vigentes los derechos de autor, pero ya de por sí, el hecho de tener en el portal dos centenares de obras, completas, para leer en la pantalla o imprimir, parcial o totalmente, es uno de los mejores regalos que se le puede dar al lector inclinado a estos temas.
La visión que ha tenido la Biblioteca Ayacucho, desde su creación en los años setenta, de poner a disposición de los lectores la obra de los grandes pensadores, narradores y poetas de nuesto continente fue magnífico y hoy día encaja muy bien dentro del proyecto político venezolano de apoyar la integración cultural latinoamericana. Visionario empeño tuvieron sus fundadores y, de esa manera, durante casi tres décadas se dedicaron a producir, uno tras otro, bellísimos ejemplares que contienen no sólo las obras originales sino sesudos estudios introductorios y siempre, al final, una cronología de hechos y sucesos del tiempo del autor y su obra. En la Biblioteca Ayacucho tienen cabida autores venezolanos (curiosamente los menos), colombianos, peruanos, ecuatorianos, argentinos, chilenos, uruguayos, cubanos, mexicanos, guatemaltecos, mexicanos así como brasileños. Está presente, de manera imparcial, el pensamiento liberal, el pensamiento conservador,así como el nacionalista, el socialista y el anarquista. Hay tres excelentes volúmenes de literatura precolombina, uno de literatura mexicana, otra de literatura maya y otro de literatura quechua. En mi opinión son tres de los mejores volúmenes de toda la colección. Hay poesía, hay historia y hay literatura de viajes, como los volúmenes de Alexander von Humboldt. En la Biblioteca Ayacucho conviven Espronceda, Sarmiento, Rodrigue Freyle, Marti, Bolívar, Rodó, entre muchos.
Un lunar: en pocos casos, los textos son de muy baja resolución en pantalla lo cual hace difícil, cuando no imposible su lectura. Debido a lo anterior me puse en contacto, a través del mismo portal, con los responsables de la página. Recibí, en menos de cuarenta y ocho horas respuesta del mismo director de la Biblioteca, Luis Edgar Páez, quien se ocupó directamente de mi queja y me explicó amablemente que se encuentran actualmente los editores de los respectivos volúmenes en el proceso de revisión y ampliación de esos textos. De igual forma me informó que la editorial está volviendo a digitalizar los libros, no sólo con mejor calidad sino en formatos menos pesados que el pdf, como es el formato epub.
De otro lado, hace unas semanas se anunció la iniciativa de la Biblioteca Nacional de Colombia de poner a disposición de los lectores la famosa pero a la vez poco accesible colección de los años treinta, denominada Biblioteca Aldeana de Colombia o Colección Samper Ortega. Un proyecto que buscó llevar a los hogares más alejados de los centros urbanos, una representativa serie de títulos que incluyó ensayo, poesía, novela, teatro y periodismo. Sin embargo, el resultado final de este proyecto es muy inferior al anterior. Hay una buena cantidad de títulos que tienen una visión restringida, de sólo las primeras siete páginas de cada libro, por motivos de derechos de autor. Esto es comprensible, pero debería haber una advertencia en el momento de abrir cada título, o simplemente no mostrarlos. En eso la Biblioteca Ayacucho Digital sólo tiene disponibles los títulos libres de derechos de autor. En el caso de la colección Samper Ortega se pierde mucho tiempo en abrir cada libro para encontrase con la decepcionante situación que muchos sólo abren hasta la séptima página. Si bien hay, según mis cálculos, un poco más de la mitad de los 102 títulos en versión completa, es frustrante comprobar que muchos de los títulos más atractivos no están disponibles para leer en su totalidad. Por otra parte, la digitalización de la Biblioteca Ayacucho es más limpia que la de la Colección Ortega, pues mientras que en la primera son textos con buen contraste en blanco y negro, sin color de papel añejado (aunque con los reparos de algunos títulos ya mencionados) en la segunda, la digitalización conserva el tono amarillento de los libros originales y en algunos casos se traspasa la impresión del reverso de la página lo cual hace incómoda y difícil la lectura.
De todas formas es una loable iniciativa de la Biblioteca Nacional que ha puesto al alcance de todos el acceso a una importante colección con más valor histórico que literario, pero que desde 1937 jamás se volvió a editar. Entre los títulos que me llamaron más la atención, y que están disponibles en versión completa están: Botánica indígena de Florentino Vezga, Periodistas de los albores de la República, Biografía de Gregorio Vasquez de Roberto Pizano, el libro de referencia obligatoria Memorias sobre las antigüedades neogranadinas de Ezequiel Uricoechea, De la vida de antaño, de José María Cordovez Moure, Idola Fiori, del malogrado Carlos Arturo Torres y Del uso en sus relaciones con el lenguaje de Miguel Antonio Caro.