Imposible olvidar al amigo, al poeta, al infatigable orfebre de la palabra. Parece que fue ayer, que se marchó y nos dejó una obra espléndida, un vacío insuperable y el recuerdo de mil momentos compartidos en torno a la poesía, sus viajes por Rusia en compañía de Sarita, los vodkas preparados, las cenas opíparas y tantos detalles más.
El poema que sigue, es un escalofriante anticipo de lo que pronto sería la sorpresiva noticia de su muerte. Una partida tan apresurada como inaudita. Pertenece a su último libro de poesía Arqueología de Silencio, del que fui testigo, en calidad de editor, de su obsesivo trabajo para bordear la perfección del verso y del poema en su conjunto.
Arqueología de lo invisible
por Henry Luque Muñoz
Vosotros, los que con excesiva pasión
os habéis afligido, os quedaréis aquí,
John Keats.
¡Ah, qué dulce es beber así las copas del olvido!
Friederich Hölderlin
Fui ganado por la rigidez definitiva.
Al regreso de sucesivas penurias
me tocó en suerte aquel ataúd en ruina,
bajo el atroz designio de los faraones de turno.
Ahora mi paladar sólo conoce
el apetito de un sosiego imposible.
Ante el trabajo diligente del acallamiento
y el empeño de mis maestros,
mis mandíbulas
constituyen su mueca perpetua:
un gesto desnudo y la simpatía de la nada.
Nadie duerme en esta región
de nocturnas trasparencia
donde los espejos reflejan
el olor de lo inconcebible.
Todo fue construido
a imagen y semejanza del olvido:
hasta el fino mármol,
cautivo en su reposada y lisa hermosura,
advierte la inutilidad de su arrogancia.
Cada hombre es un monólogo,
cada voz musita un idioma de jeroglifos.
Alcanzada la pasión inmóvil
descubrí que las naves del Diluvio
yacen bajo el óxido del esqueleto.
En mis cuencas late un corazón de lobo
mordido por la luna.
¿Serán mis huesos arena reencarnada?
¿Serán desierto erguido que camina?
Por lustrosos laberintos
fantasmas exhiben su túnica
bordada con hilos de lo insomne.
En grutas selladas de roca sensitiva
un cazador estampó sobre la piel rupestre
trazos infinitos con un rouge de mujer.
¿Y aquellas figuras combadas
en su arcana tristeza?
Antiguas celebridades de polvorienta altivez
pasean su semblante hierático:
avanza deprisa, huyendo del remordimiento;
en el dedo corazón exhiben diamantes roñidos por la polilla.
Aquí los pétalos son hueso,
las estrellas sangran,
la noche es un clamor de uñas,
el amor una hiena que se alimenta de jazmines.
En el inexistente atardecer
de un tiempo plano,
hasta lo consuelos de la memoria
tendí mi puente levadizo,
auxiliado por las blancas arañas
que tejieron su red en mis coyunturas.
Mi consuelo será regresar ungido
con la gracia de los fantasmas.
¿En qué mundo peregrinará ella
con sus piernas siderales,
sus pechos, planetas en delirio?
¿En qué país o cuerpo habrá edificado
un húmedo designio,
su lengua que arroja llamas
como el dragón real?
En cofres guardé las caricias,
En sarcófago de violetas,
Para siempre su sombra,
Para siempre su acallamiento líquido.
¡Oh, si lograra abandonar este reino cóncavo
para reencarnar en el fuego
hasta abrasarla por dentro!
De barro se hizo esta menoría que tanto amó,
Estrella errante abrazadas a su otra estrella.
No logro acallar en mi cráneo
Una procesión de preguntas:
¿Quién desde el nacimiento
sepultó una daga en mi corazón?
¿Desde qué letal teoría
me obligaron a usar por escudo
una herida abierta?
¿Quién me atará
a la cola de un caballo desbocado
por cementerios de relámpagos
y milenarias órbitas de espinas?
Ahora mi soledad apesta
en los reinos de Hades,
mi desdicha
es gangrena repudiada por las moscas,
mi silencio un ladrido que se abraza
a la lujuria rota.
Oigo encanecer los buitres.
Ahora mi profesión es el desvelo,
con pañuelos de muerta lustro mi catacumba.
La adorada luna de antaño yace entre el fango
pisoteada por los puercos.
Ahora soy
el navío furtivo de los ahogados del mundo,
mi aposento
es un sarcófago de clavos que arden,
mi cena un plato de nubes cancerosas,
mi amante una losa desnuda.
Aquí soy anterior al tiempo,
puedo iluminar mi plática
con edades hundidas por el viento,
aconsejarme
con la carroña del mamut
y del tigre marsupial,
puedo abrazar a la doncella babilonia.
Aquí las mariposas vuelan hacia atrás,
la luz yace cautiva,
sellada entre maldiciones.
en el lomo del misterio cabalgamos
hasta la jungla que se oculta
en los colmillos del leopardo.
Felicidad, mueca del vacío,
Ardor, gélido suspiro de la nada.
Ahora la noche cabe en las silenciosas
Fronteras de un cáliz.
Aquí, bajo un lento despojo,
Las mujeres comidas por el polvo
Sueñan tejer y destejer
El lienzo radiante de sus virginidades sucesivas.
A nadie le será concedido el retorno.
Un guardián vestido de faraón,
armado de una flecha
capaz de atravesar la pulpa de lo invisible
impedirá vernos huidos.
Aquí, el Príncipe,
nacido bajo el signo de la luna negra,
despliega una mirada que oscurece los cielos:
con el Rey del Absoluto
se juega a los naipes la eternidad.
Nos prometieron un designio
y veo a los mansos y a los justos pudrirse
como perros aquejados de lepra secular.
Introduje mi mano en sus cuerpos,
sin jamás hallarles el alma.
¿Y los ídolos?
Aquí orondos vegetan,
el remordimiento les importa tanto
como estiércol de la nada.
La procesión de decapitados
peregrina por estos valles del embrujo,
lo impregna todo de lamentos
mientras arriba,
en las comarcas del respiro,
sus matadores,
bajo la aureola del aplauso,
desfilan airosos con paso marcial.