El ritmo de la vida (traducción de Philip Potdevin)

Escrito por Philip Potdevin
Categoría: Mis publicaciones Creado: Lunes, 21 Agosto 2017 12:14

“LA VIDA NO siempre es poética, pero al menos goza de su propio cadencia. La periodicidad gobierna el proceso mental del Hombre según la órbita en que giran sus pensamientos; allí las distancias no se calculan, las elipsis no se miden, las velocidades no se determinan, los tiempos no se conocen y, sin embargo, la repetición es innegable.

La mente no sufre hoy por lo vivido la semana pasada o el año anterior, pero con certeza ese sufrimiento retorna a la semana siguiente o, incluso, al año siguiente. La felicidad depende de los reflujos de la mente y no de situaciones aisladas. La enfermedad también posee su cadencia, acecha a intervalos cada vez más cortos con la muerte en la mira y barre en ciclos más extensos antes de cada recuperación. El dolor, cualquiera que sea su origen, puede soportarse, así ayer fuese intolerable y mañana lo vuelva a ser; pero, no por ello podemos negar su existencia. Incluso, el peso de un percance espiritual, puede encauzar al corazón hacia una paz temporal. El arrepentimiento no se aposenta en el alma del hombre sino que se aleja y retorna. La felicidad siempre llega por sorpresa: si lleváramos una bitácora de las veces que nos frecuenta, sería posible alertar nuestra atención para su próxima aparición y recibirla con los brazos abiertos en vez de dejarnos pillar por ella, pero nadie lleva tales registros; ningún Kepler del mundo interior ha escrito un diario sobre la reincidencia de dichos fenómenos. Sin embargo, Thomas Kempis conoció estas reiteraciones sin tener forma de medirlas. A solas en su celda, acompañado apenas de los elementos, manifestó: «¿Además de cuanto poseéis, qué más deseáis? ¿Acaso no sabéis que de ésta materia todo se formó?». Él comprendía que el alma exige templanza en el momento de mayor amargura e igual sabía del hormigueo que la inmoviliza cuando prevé el placer, lo cual permite recibirlo de manera consciente, pues sabe que es efímero y volátil. Shelley suspiró: «Rara vez vienes tú, rara vez», refiriéndose no a la dicha, sino al espíritu de la dicha. La dicha puede ser invocada de antemano, llamada y puesta a nuestro servicio. Podemos asignarle a Ariel una tarea rutinaria, pero tal artificio de violencia desviaría a la vida de su métrica natural; y sabemos que no es así como se invoca al espíritu. Aquello saldría disparado en una órbita elíptica, parabólica o hiperbólica sin que ningún hombre pudiera determinar su cita con el tiempo. “

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